Lo decisivo es ser prudentes.
“Decir o manifestar lo contrario de
lo que se sabe, cree o piensa”, así
define nuestro diccionario el acto de mentir. Desde pequeños nuestros padres,
nuestros maestros y profesores, nuestros conciudadanos, en definitiva, nuestra
cultura y sociedad nos ha enseñado que mentir, es un acto de cobardes, es
detestable e inmoral, mientras que decir la verdad es de valientes, es lo
correcto y lo bueno. Alguien podría pensar que si eso es lo que dice nuestra
cultura nada hay que discutir acerca de si tenemos o no derecho a mentir. Se
trataría entonces de decir siempre la verdad y no mentir nunca aunque lo
hiciésemos como robots programados para ello. Pero todos somos conscientes de
la diferencia entre una persona que dice la verdad porque sigue ciega e
irreflexivamente las costumbres sociales, aunque esa verdad suponga una gran
desgracia e injusticia, y la de una que pueda llegar a mentir tras una larga
reflexión con el objetivo de evitar una desgracia y buscar una mayor justicia.
Por tanto, desde nuestro punto de vista afirmamos que lo importante no es decir la verdad o
la mentira, lo decisivo, es ser prudentes.
Pero,
¿qué es ser prudentes? Según Aristóteles es propio del hombre prudente “el
poder discurrir bien sobre lo que es bueno y conveniente (…) para vivir bien en
general. (…) Llamamos prudentes cuando razonan bien con vistas a algún fin bueno. (…) La
prudencia tiene que ser, por tanto, una disposición racional verdadera y
práctica de lo que es bueno y malo para el hombre”. (Aristóteles, Ética a
Nicómaco). Por tanto, discurrir, discernir, pensar y razonar para saber lo que es
bueno es lo decisivo del hombre prudente. Y Aristóteles aclara que se razona
bien cuando se haya y actúa según el término medio entre dos extremos. “Pues
hallar el centro del círculo no está al alcance de cualquiera, sino del que
sabe; así también dar dinero y gastarlo está al alcance de cualquiera y es cosa
fácil, pero darlo a quien debe darse, y en la cuantía y en el momento
oportunos, y por la razón y la manera debidas, ya no está al alcance de todos ni
es cosa fácil; por eso el bien es raro, laudable y hermoso”
(Aristóteles, Ética a Nicómaco). Antes de aplicar esta teoría al problema de la
verdad y la mentira pensemos a través de un ejemplo cómo procedemos a la hora
de hallar el término medio.
Pongamos
por caso que mi amigo me pide prestado mi coche para ir a Madrid, pues él no lo
tiene, y le urge ir por razones de salud inaplazables, no siéndole posible
utilizar otros medios. En este caso puedo concluir que la generosidad radica en
dejarle mi coche, la tacañería en no dejárselo y la prodigalidad en comprarle
uno mejor que el mío. Sea ahora el caso de que otro amigo mío me pide prestado
mi coche para ir a Madrid pero a mí me consta que él tiene más de un coche
disponible y en condiciones de ir a Madrid. En este caso la generosidad radica
en no dejárselo y la prodigalidad sería dejárselo. Por tanto, en un caso la
generosidad consiste en dejarle el coche, mientras en el otro consiste en no
dejárselo. Pero lo realmente decisivo es que en ambos casos he tenido que
discurrir, reflexionar, discernir, pensar, razonar para llegar a lo bueno. Y
este discurrir y pensar es lo que convierte mi acción en buena y a mi en prudente.
Recordemos
que en el ejemplo anterior lo prudente y generoso podía ser “dejar el coche” o
“no dejar el coche”, según el caso. Si esto lo aplicásemos a la mentira sería
exactamente igual, es decir, no se trata de mentir siempre o de decir siempre
la verdad pase lo que pase, sino que se trata de ser prudente eligiendo el
término medio. Por ejemplo: Pedro, es médico y sabe que Antonio es
hipocondríaco. Pedro sabe que acaba de descubrir que Antonio padece una
enfermedad terminal, lo que quiere decir, que en un periodo breve de
tiempo va a fallecer. Por lo que Pedro tiene dos opciones, no decirle la
supuesta verdad al paciente, sabiendo que así éste se llenará de fuerza para
poder seguir luchando por su vida; o decirle la supuesta verdad y esperar que el
paciente pierda toda esperanza de salvarse y con ello muera incluso antes de lo
esperado. ¿Qué debería hacer Pedro? ¿Cuál es la verdad y cuál la mentira? La
respuesta a estas preguntas solo las tiene el propio Pedro que es médico y ha
jurado poner todo su talento y prudencia para la salud de sus pacientes. Así
aquella opción que elija, si ha sido meditada previamente mediante la razón
será acertada y la correcta. Es precisamente en esto en lo que discrepamos de
Kant.
“(…) El deber a la veracidad
se trata de un deber absoluto válido en cualquier circunstancia” [Immanuel
Kant] Con ello Kant afirma que el
decir o no la verdad no depende de la circunstancia ni de la situación en la
que te encuentres. Con esta cita pretendo demostrar la temeridad de la tesis de
Kant y la sensatez y prudencia de mi teoría. Tomemos un ejemplo para verlo más
claro: María, madre soltera, es testigo de la acusación en un juicio
contra un peligroso criminal. Ella conoce la verdad, y sabe, además, que es
culpable. Pero esta se ve obligada a mentir, ya que su hijo está en manos de
los cómplices del delincuente. Si miente, María consigue salvar la vida de su
hijo. Y si dice la verdad, encierran al criminal, para que este no vuelva a
actuar, pero matan a su hijo. ¿Qué debería de hacer María? La respuesta es
clara según Kant, María, a pesar de perder a su hijo, ha de decir la verdad.
Sin embargo si analizamos con cautela la situación y pensamos en las
circunstancias y las consecuencias que la decisión de decir la verdad suponen,
¿no sería mejor ser prudente y mentir? Por todo
ello afirmo que es preferible ser prudentes a ser tan extremista como Kant.
Si María hubiese seguido la tesis de Kant, ella habría dicho la verdad,
el criminal hubiese sido encarcelado, pero su hijo
hubiese muerto, y con ello las fuerzas para seguir viviendo de María hubieran
desaparecido, ya que era lo único que tenía en su vida.
Podemos concluir
diciendo que lo más importante no es decir la verdad o no, sino aplicar
correctamente la razón y saber tomar la decisión adecuada a cada situación,
teniendo en cuenta las consecuencias de esta. Es decir, el saber razonar,
reflexionar y pensar antes de tomar una decisión es lo más preciado para el
hombre, ya que en algunas ocasiones su vida podría depender de ello. Y para
ello debemos saber elegir el término
medio entre dos extremos. En definitiva, más que contar la verdad o la mentira,
que nos preocupe ser prudentes.
La mentira. Curiosa palabra en los tiempos que corren,
pero a su vez muy corriente. Encontramos mentiras diariamente, en la
televisión, la radio, publicidad, o sin ir más lejos, podríamos encontrarla por
la calle o en nuestros seres cercanos. La palabra mentira podríamos definirla
de muchas formas, como por ejemplo, expresión o manifestación contraria a lo
que se sabe, se cree o se piensa. Pero nosotros no vamos a quedarnos en una
simple definición. En nuestra tesis defenderemos, siguiendo a Sartre
que puesto que el hombre es una carencia de ser, se tiene que inventar e incluso recurre a la mentira como algo propio de
su naturaleza y de su ser cuando lo hace libremente. “(..) el hombre, sin ningún apoyo ni
socorro, está condenado a cada instante a inventar al hombre”, inventar, “un porvenir por hacer, un porvenir
virgen que lo espera” (El
existencialismo es un humanismo). Por
tanto, cada hombre en su situación virgen e irrepetible está solo y desamparado
y es responsable de sus
actos, pues ha de crearse a sí mismo de acuerdo a su libertad. En definitiva,
lo decisivo es que mi elección sea totalmente libre, en soledad, desamparado,
al margen de todo consejo,
de todo condicionamiento y de toda presión. Si esa elección es la verdad o la
mentira es secundario.
Es cierto que, Kant afirma que “el
deber a la veracidad (…) se trata de un deber absoluto válido en cualquier
circunstancia” porque, si no fuese así estaríamos tratando al resto de
seres humanos como medios, y no como fines. Trataré de mostrar con un ejemplo
que su planteamiento aunque pueda parecer riguroso y brillante es erróneo. Sartre cuenta que un
alumno suyo fue a visitarle en las siguientes circunstancias: “su padre se
había peleado con la madre y tendía al colaboracionismo (con los alemanes); su
hermano mayor había sido muerto en la ofensiva alemana de 1940, y este joven,
quería vengarlo. Su madre vivía sola con él (…) él era su único consuelo. Este
joven tenía, en ese momento, la elección de partir para Inglaterra y entrar en
la Fuerzas francesas libres, es decir, abandonar a su madre o bien de
permanecer al lado de su madre, y ayudarla a vivir. Se daba cuenta
perfectamente de que esta mujer sólo vivía para él y que su desaparición y tal
vez su muerte la hundiría en la desesperación”. Así, según este ejemplo, si
este joven elige quedarse con la madre la trataría a ella como fin, pero
consideraría como medios a sus compañeros que luchan por liberar Francia, y al
revés, si se une a sus compañeros los trataría como fines, pero trataría como
medio a su madre. En consecuencia, la teoría de Kant es una buena intención
teórica, una utopía, inaplicable a los casos concretos de la vida. Y lo único que Sartre dijo a este
joven fue: “usted es libre, elija, es decir, invente”. Pero, ¿por qué
hemos de inventar?
"El hombre primero existe, se
encuentra, surge en el mundo y después se define. El hombre, tal como lo
concibe el existencialismo, es que no es nada. "(El existencialismo es un humanismo).
En consecuencia, según Sartre nos hemos de inventar porque los seres humanos
somos un vacío, un déficit, una carencia de ser, una nada. Es decir, mientras
una piedra siempre es piedra, y tiene siempre las propiedades de piedra, el
hombre en su punto de
partida es una carencia, una falta, una miseria, una ausencia de ser concreta e
irrepetible, un no-ser. Y
la única herramienta que tenemos para salir de esa miseria que somos es la
libertad. Ya que con la libertad elegimos un proyecto de futuro, elegimos quién
queremos ser con nuestras elecciones singulares e irrepetibles desde una
circunstancia única. Pero incluso estas elecciones no terminan de salvarnos de
la indigencia que somos, pues quien pretenda eso cae en lo que Sartre llama la
“mala fe”.
La mala fe es la huida consciente de
la nada y de la miseria que somos, hacia un nombre que nos otorgue más entidad
de la que en realidad tenemos. Así cuando me identifico como alumno, profesor,
padre, abogado, fontanero, pretendo mostrar una entidad que no se corresponde
con mi indigencia o miseria que soy, ni con mi libertad. En definitiva, la mala
fe es una mentira de quien soy, una mentira contada a mí mismo y a los demás en
un intento de definirme siendo algo siempre abierto, libre e indeterminado.
Pero la mala fe también sería si me identificase como sincero o mentiroso, pues
en los dos casos, sincero o mentiroso es una cosificación que excede y
sobrepasa la indefinición, libertad y vacío que soy. Esto nos lleva a
considerar la sociedad en la que vivimos como una sociedad que fomenta la mala
fe y la mentira.
En
la sociedad actual las personas están acostumbradas a adoptar un “rol”, ya sean
profesionales, familiares, políticos, para el ocio, etc. Irremediablemente por
desgracia la sociedad exige a todas las personas interactuar con este juego de
“roles”. Pero los roles limitan y encubren nuestra libertad en el fondo, pues
hacen que nos sea más fácil objetivarnos y objetivar a los demás. Son, por lo
tanto, inevitables incitaciones a la mala fe. Sartre pone un ejemplo en que un
camarero sirve a los clientes con excesivo celo, con excesiva amabilidad;
asume tanto su papel de camarero que olvida su propia libertad; pierde su
propia libertad porque antes que camarero es persona y nadie debe identificarse
totalmente con un papel social. Esto ocurre también con otras profesiones. La
sociedad les demanda únicamente que cumplan su función como trabajadores, y de
este modo personificamos la mentira que la sociedad quiere que representemos.
Por otra parte, nuestros actos y declaraciones en cierto modo han de ser de tal forma que puedan ser iguales para
todos.
"Nuestra
responsabilidad es mucho mayor de lo que suponemos, pues involucra a toda la
humanidad" Puede ser que esto nos parezca contradictorio por lo dicho
anteriormente, ya que sabemos que una de las partes de la ética de Kant es la
ley universal ("actúa de modo tal que la máxima que se desprende de tu
acción pueda ser elevada a la ley universal"). Pero existen varias
diferencias notorias. Primero, para Kant el requerimiento lógico de desear la
libertad del otro nos pone a todos bajo el imperio de la misma ley universal,
en tanto que Sartre, como vimos, nos lleva a una situación insoluble de
conflictos (tu libertad atenta contra la mía). Hasta puede ocurrir que tenga
que luchar contigo en nombre de tu libertad. (Si usas tu libertad para apoyar
al fascismo, me veré obligado a luchar contigo en nombre de la libertad de
ambos). El reconocimiento de la mala fe no impide necesariamente la mala fe.
Por último, según Sartre, aunque la lógica me lleva a considerar al otro en
cada uno de mis actos, no me dice que debo hacer en cada situación concreta.
Como ejemplo podríamos volver a citar el que pusimos en el primer párrafo en
que el joven discípulo de Sartre fue a preguntarle si debía irse con sus
compañeros a la guerra o quedarse con su madre.
En
conclusión hemos visto que el ser desde que llega al mundo está condenado a
crearse a sí mismo, está al margen de todo consejo y que tratar a las personas
como fines, como decía Kant, no es aplicable a las situaciones de la vida.
Debemos inventarnos, porque somos una carencia, una nada, y a diferencia de una
piedra que nace piedra, nosotros tenemos que elegir el proyecto que queremos
ser en el futuro, pero aun haciendo esto no podemos intentar huir de la miseria
que somos, porque quien lo pretenda hacer caería en la “mala fe” que no es más que una mentira hacia nosotros
mismos y hacia los demás en un intento de definirnos, siendo siempre algo
abierto e indeterminado. Evitar caer en la mala fe es algo casi imposible de
lograr, porque vivimos en una sociedad que nos exige adoptar un papel un “rol”.
Estos limitan nuestra libertad y hace que sea más fácil objetivarnos y
objetivar a los demás. La sociedad nos obliga a cumplir estos “roles” y de esta
forma personifican la mentira que quieren que representemos. Por último diferenciamos
la manera de ver cómo nuestras acciones afectan a los demás entre Kant y
Sartre, en la que el primero nos pone bajo una ley igual para todos, y Sartre
afirma que nuestras libertades entran en conflicto, hasta el punto que una
persona tenga que luchar contra otra para defender su propia libertad.
MENTIR ES ALGO NATURAL
A lo largo de la historia han ido
sucediendo grandes hechos basados en las mentiras siempre bien vistos por la
sociedad ¿Como es eso posible? Un gran ejemplo es el famoso juicio del rey
Salomón quien mintió diciendo que mataría a un niño para conocer su verdadera
madre. ¿Acaso obro mal? ¿Existiría el termino “mentira piadosa” si la mentira
fuera totalmente inmoral? En mi opinión, se debería juzgar el fin de la mentira
y no la mentira en sí, para defender mi punto de vista demostrare que la verdad
no existe y me apoyare en filósofos tales como Ayer, Cicerón, B. Williams y
Toulmin.
Como bien dijo Ayer, “los conceptos
éticos fundamentales son inanalizables, puesto que no existe ningún criterio
mediante el cual pueda probarse la validez de los juicios en que aparecen”. Es
decir, es imposible juzgar un concepto como la mentira al igual que no se puede
juzgar el bien ya que no existe ningún criterio con el cual hacerlo al no haber
ningún termino por encima de este. Un ejemplo sería una cámara fotográfica, al
igual que no se puede juzgar una cámara de fotos sin ver antes sus fotos que si
que son analizables, no se puede juzgar una mentira sin conocer su finalidad o
su contexto. Pero entonces, si no se puede juzgar, ¿Por que juzga la mentira el
ser humano si no existe ningún criterio con el cual hacerlo?
Como dijo Cicerón, “Dado que la
naturaleza distingue entre el bien y el mal, dado que uno y otro son principios
naturales, también lo moral y lo inmoral ha de juzgarse con igual criterio y
ser referido a la naturaleza”. Con esto quiero decir que es incorrecto que el
ser humano por si mismo juzgue algo tan natural como la mentira. En la
naturaleza, la ley que reina es la ley de la supervivencia mientras que en la
sociedad humana lo hace lo moral e inmoral. En un supuesto de que los leones
pudieran hablar, mentirían a la presa sobre si sus garras son peligrosas o no
con tal de sobrevivir mientras que el ser humano lo consideraría inmoral por
poner en riesgo el bienestar de su entorno. Con lo cual, si ya sabemos que la
mentira no se puede juzgar, que es propia de la naturaleza, ¿por que un niño de
7 años afirmaría que la mentira es incorrecta cuando su alrededor esta lleno de
ellas?
Para explicar como esta estructurada
la sociedad respecto a la mentira me baso en el filosofo B. Williams quien dijo
que “los efectos de la educación moral pueden hacer que la gente quiera actuar
con mucha frecuencia de forma no auto-interesada, y , por lo menos, muchas
veces logran hacer muy difícil, por razones internas, el comportamiento
detestable”. Y es que en la escuela siempre han enseñado valores tales como la
solidaridad y el comportamiento que evitan conductas de interés aunque estos
valores se pierdan con la edad. Un ejemplo de esto es un niño que no miente al
decir que tiene dos caramelos para compartirlos con su amigo pero si lo hace un
político para inculpar a su oponente por auto-beneficiarse en las próximas
elecciones o para ganarse la confianza de la gente. Pero entonces, ¿Como es
posible ganarse la confianza con las mentiras? Desde mi punto de vista, el frío
es a la verdad lo que el calor es a la mentira, es decir, la verdad solo es
ausencia de mentira con lo cual una verdad pura sería aquella que conocemos con
totalidad y esto es imposible dado que nunca conoceremos nuestro entorno en su
totalidad. Por ejemplo, si decimos “el cielo es azul” nos equivocamos dado que,
ni el cielo es de un solo color, ni todos tenemos la misma percepción del color
azul. ¿Pero entonces, si la verdad no existe que debemos hacer?
Para llevar una conducta ejemplar y
ética hay que seguir los pasos de Toulmin quien afirmaba que “Para que un
argumento ético en el pleno sentido de la palabra sea un ejemplo de
“razonamiento” tiene que ser igualmente “digno de aceptación”, quienquiera que
sea el que lo considere. Más aún, si este argumento apela a principios
apropiados para que se les llame “éticos”, éstos tienen que ser tales que
armonicen las acciones de quienes los aceptan”. Con esto quiero decir que uno
no puede defender la verdad si ni el mismo es capaz de decir siempre la verdad
pero si puede defender la mentira aunque este en contra de ella. Por ejemplo,
un profesor no puede castigar a los alumnos por no hacer los deberes si el se
niega a corregir los exámenes de sus alumnos.
Una vez hemos defendido que la verdad
no existe podemos desmentir a Kant con su afirmación “Ser sincero es un deber hacia la otra
persona (…) y esta falta de sinceridad (…) merece la más seria reprensión”. Ya
que si la verdad no existe, y para exigir la verdad primero hay que cumplir con
el principio de decir siempre la verdad, nunca podremos ser totalmente sinceros
con una persona.
En conclusión, la mentira es un
termino que no se puede describir desde el punto de vista de lo bueno y lo malo
con lo cual no podemos discutir si es moral o inmoral. Mentir es algo natural
que ha adoptado el ser humano y ha modificado para su propio beneficio. Y
finalmente, la verdad es algo inalcanzable con lo cual ser sincero es imposible
y defender este principio es incorrecto.
La
Verdad el mayor atajo…
Vivimos en un mundo en
el que el interés económico es
el aspecto más importante en nuestras vidas. Todo vale para conseguir la mayor
rentabilidad e integrarnos en la sociedad del consumismo, en la que hemos
crecido desde muy pequeños. Pero, ¿es legítimo mentir para conseguir nuestros
fines? En mi opinión sí debemos intentar alcanzar nuestros propósitos, pero no
a cualquier precio, pues sería catastrófica la existencia de una sociedad basada en el derecho a la mentira, de
ser así, existiría el deber de aceptarla y nada tendría sentido. Por tanto,
afirmamos con Kant que “el
deber a la veracidad (…) se trata de un deber absoluto válido en cualquier
circunstancia” (Immanuel Kant, Acerca de un pretendido derecho a
mentir por filantropía, Tecnos, 2012). Basándome en la tesis de este
filósofo intentaré explicar por qué ante cualquier situación que se nos dé en
la vida, el camino más corto que nos evitará mayores problemas es la verdad. Por todo esto
defenderé la verdad ante cualquier conflicto que se nos presente.
En primer lugar, la veracidad es un deber absoluto porque todos los seres humanos tenemos dignidad y la dignidad nos hace iguales a todos los seres humanos. En este sentido no debemos nunca instrumentalizar a las otras personas ni utilizarlas como medios para alcanzar nuestros propios fines. Y precisamente cuando mentimos a alguien le estamos utilizando como medio porque le consideramos incapaz o indigno de la verdad, por tanto nos ponemos en un plano de superioridad, negándole su dignidad en equivalencia a la nuestra. Es precisamente la equivalencia o igual valor entre las personas la que nos obliga a no mentir. Es justo esto lo que nos explica John Rawls cuando nos habla de la posición original y del velo de la ignorancia.
En efecto, John Rawls, habla de la posición original como una situación puramente hipotética en la que los ciudadanos se abstraerían “de las contingencias del mundo social… para evitar las ventajas negociadoras que inevitablemente surgen en el seno del marco institucional de cualquier sociedad” (El liberalismo político). Es decir, ignorando un grupo de ciudadanos qué puesto ocupará en la sociedad en que luego vivirá, debería, en esa supuesta situación de igualdad, crear las normas y principios de justicia de esa sociedad. Una vez creadas se le revelaría su posición social y los principios por los que se rige. En ese caso resultaría irracional que rechazara las reglas de convivencia, pues se las habría dado así mismo. Precisamente creo que nadie en esta situación aceptaría una regla que permitiese la mentira, pues quien la aceptara ignoraría en la posición original y tras el velo de la ignorancia si luego sería el autor de la mentira o la víctima. Este desconocimiento nos hace ver la injusticia de un supuesto derecho a mentir ya que se rompería la equivalencia entre los ciudadanos. Por eso Kant eleva el deber de veracidad a un deber universal, por encima de cualquier circunstancia.
" Obra solo según aquella máxima que puedas querer que se convierta, al mismo tiempo, en ley universal " Kant nos habla con el imperativo categórico de una máxima, es decir, de un deber subjetivo que lleva en su interior la intención de universalidad, que es lo que designa con ley universal. Es cierto que la intención no garantiza la universalidad de la norma, pero esa intención garantiza el absoluto respeto a la dignidad de los demás, pues valora que los demás tomarían la misma decisión que nosotros, y nos consideramos intercambiables con ellos. No obstante, aunque la intención de la máxima no garantice la objetividad de la ley universal, ésta cuenta con la fuerza de la razón que ya es objetividad.
Kant admiró la universalidad de la física de Newton, y lo que Newton hizo en el ámbito de la física, Kant intenta realizarlo en el ámbito moral. En efecto, lograr leyes universales es la clave de la naturaleza de nuestra razón. Es decir, si la razón no elabora leyes universales en el ámbito moral se frustra, queda por debajo de sus posibilidades. Por eso que, el relativismo moral sería el fracaso del concepto de dignidad y el fracaso de nuestra razón en el ámbito ético. Por eso el deber de veracidad es un deber universal, por encima de cualquier circunstancia y que sólo ha de contar con la colaboración de una buena voluntad.
“Ni en el mundo ni, en general fuera de él es posible pensar nada que pueda ser considerado bueno sin restricción excepto una buena voluntad." Kant afirma esta tesis con el convencimiento de que lo único realmente bueno, sin excepciones, es la buena voluntad. Y la buena voluntad es aquella que acepta y ejecuta el mandato de la razón, precisamente por su universalidad. De ahí que la elección de la mentira repugna a la razón, destruye la igual dignidad humana, corrompe la voluntad, y destruye la convivencia social pacífica porque destruye el valor sobre el que se sustenta la sociedad: la confianza.
Aunque la mentira parezca la mejor alternativa para evitar algún sufrimiento o dificultad puntual, a largo plazo ocasionará peores consecuencias de las que se consiguen eludir en el momento en el que se miente. El daño evitado en un primer momento no es comparable al que ocasiona la pérdida de la confianza que afectará al mentiroso, y si ese mentiroso es la sociedad en su totalidad significa su autodestrucción. Este es uno de los riesgos que tiene nuestra sociedad actual. Pues en nuestra sociedad globalizada no faltan ejemplos de fraude y mentira en el ámbito científico, en el político, en el religioso, en el financiero, en el económico, en el deportivo,... Con la particularidad de que es la mistificación del valor económico en nuestra sociedad la que nos empuja a un supuesto derecho a la mentira, pero esta tendencia nos conduce a considerar a los demás como medios y no como fines; nos conduce a la destrucción de la confianza y, por tanto, de la sociedad.
“ (…) la universalidad de una ley que diga que quien crea estar apurado puede prometer lo que se le ocurra proponiéndose no cumplirlo, haría imposible la promesa misma y el fin que con ella pueda obtenerse, pues nadie creería que recibe una promesa y todos se reirían de tales manifestaciones como de un vago engaño”. Con esta afirmación expresa que nadie aceptaría una promesa con la intención de no cumplirla, y además añade que para mentir es necesario que entre la persona mentirosa y su víctima exista un vínculo de confianza. El mentiroso se aprovecha de la buena fe de la gente. Miente porque da por supuesto la confianza de su víctima. Nadie miente a un destinatario que de antemano sabe que es desconfiado e incrédulo. Este hecho pone de manifiesto la vileza, la condición parasitaria y la indignidad del mentiroso.
En primer lugar, la veracidad es un deber absoluto porque todos los seres humanos tenemos dignidad y la dignidad nos hace iguales a todos los seres humanos. En este sentido no debemos nunca instrumentalizar a las otras personas ni utilizarlas como medios para alcanzar nuestros propios fines. Y precisamente cuando mentimos a alguien le estamos utilizando como medio porque le consideramos incapaz o indigno de la verdad, por tanto nos ponemos en un plano de superioridad, negándole su dignidad en equivalencia a la nuestra. Es precisamente la equivalencia o igual valor entre las personas la que nos obliga a no mentir. Es justo esto lo que nos explica John Rawls cuando nos habla de la posición original y del velo de la ignorancia.
En efecto, John Rawls, habla de la posición original como una situación puramente hipotética en la que los ciudadanos se abstraerían “de las contingencias del mundo social… para evitar las ventajas negociadoras que inevitablemente surgen en el seno del marco institucional de cualquier sociedad” (El liberalismo político). Es decir, ignorando un grupo de ciudadanos qué puesto ocupará en la sociedad en que luego vivirá, debería, en esa supuesta situación de igualdad, crear las normas y principios de justicia de esa sociedad. Una vez creadas se le revelaría su posición social y los principios por los que se rige. En ese caso resultaría irracional que rechazara las reglas de convivencia, pues se las habría dado así mismo. Precisamente creo que nadie en esta situación aceptaría una regla que permitiese la mentira, pues quien la aceptara ignoraría en la posición original y tras el velo de la ignorancia si luego sería el autor de la mentira o la víctima. Este desconocimiento nos hace ver la injusticia de un supuesto derecho a mentir ya que se rompería la equivalencia entre los ciudadanos. Por eso Kant eleva el deber de veracidad a un deber universal, por encima de cualquier circunstancia.
" Obra solo según aquella máxima que puedas querer que se convierta, al mismo tiempo, en ley universal " Kant nos habla con el imperativo categórico de una máxima, es decir, de un deber subjetivo que lleva en su interior la intención de universalidad, que es lo que designa con ley universal. Es cierto que la intención no garantiza la universalidad de la norma, pero esa intención garantiza el absoluto respeto a la dignidad de los demás, pues valora que los demás tomarían la misma decisión que nosotros, y nos consideramos intercambiables con ellos. No obstante, aunque la intención de la máxima no garantice la objetividad de la ley universal, ésta cuenta con la fuerza de la razón que ya es objetividad.
Kant admiró la universalidad de la física de Newton, y lo que Newton hizo en el ámbito de la física, Kant intenta realizarlo en el ámbito moral. En efecto, lograr leyes universales es la clave de la naturaleza de nuestra razón. Es decir, si la razón no elabora leyes universales en el ámbito moral se frustra, queda por debajo de sus posibilidades. Por eso que, el relativismo moral sería el fracaso del concepto de dignidad y el fracaso de nuestra razón en el ámbito ético. Por eso el deber de veracidad es un deber universal, por encima de cualquier circunstancia y que sólo ha de contar con la colaboración de una buena voluntad.
“Ni en el mundo ni, en general fuera de él es posible pensar nada que pueda ser considerado bueno sin restricción excepto una buena voluntad." Kant afirma esta tesis con el convencimiento de que lo único realmente bueno, sin excepciones, es la buena voluntad. Y la buena voluntad es aquella que acepta y ejecuta el mandato de la razón, precisamente por su universalidad. De ahí que la elección de la mentira repugna a la razón, destruye la igual dignidad humana, corrompe la voluntad, y destruye la convivencia social pacífica porque destruye el valor sobre el que se sustenta la sociedad: la confianza.
Aunque la mentira parezca la mejor alternativa para evitar algún sufrimiento o dificultad puntual, a largo plazo ocasionará peores consecuencias de las que se consiguen eludir en el momento en el que se miente. El daño evitado en un primer momento no es comparable al que ocasiona la pérdida de la confianza que afectará al mentiroso, y si ese mentiroso es la sociedad en su totalidad significa su autodestrucción. Este es uno de los riesgos que tiene nuestra sociedad actual. Pues en nuestra sociedad globalizada no faltan ejemplos de fraude y mentira en el ámbito científico, en el político, en el religioso, en el financiero, en el económico, en el deportivo,... Con la particularidad de que es la mistificación del valor económico en nuestra sociedad la que nos empuja a un supuesto derecho a la mentira, pero esta tendencia nos conduce a considerar a los demás como medios y no como fines; nos conduce a la destrucción de la confianza y, por tanto, de la sociedad.
“ (…) la universalidad de una ley que diga que quien crea estar apurado puede prometer lo que se le ocurra proponiéndose no cumplirlo, haría imposible la promesa misma y el fin que con ella pueda obtenerse, pues nadie creería que recibe una promesa y todos se reirían de tales manifestaciones como de un vago engaño”. Con esta afirmación expresa que nadie aceptaría una promesa con la intención de no cumplirla, y además añade que para mentir es necesario que entre la persona mentirosa y su víctima exista un vínculo de confianza. El mentiroso se aprovecha de la buena fe de la gente. Miente porque da por supuesto la confianza de su víctima. Nadie miente a un destinatario que de antemano sabe que es desconfiado e incrédulo. Este hecho pone de manifiesto la vileza, la condición parasitaria y la indignidad del mentiroso.
En
conclusión cabe destacar que: el deber de la veracidad es absoluto y que no es
posible la existencia de un derecho que permita mentir, pues el deber que
conllevaría sería aceptar la mentira. Cualquier persona que creara las reglas
de una sociedad justa sin saber que posición ocupará en ella, no aceptaría la
presencia de la mentira, ya el desconocimiento nos permite ponernos en la
situación de la persona que recibe la mentira y nos hace sentir engañados y
manipulados. No puede existir un máxima universal que acepte la mentira porque
ningún mentiroso aceptaría que le mintiesen, nada tendría sentido. Lo único
realmente bueno es la buena voluntad guiada por la razón, que nos llevará
siempre a decir la verdad. El peor daño que ocasiona la mentira es la pérdida
de confianza en la persona que la efectúa, y a escala de sociedad supondría su
inmediata autodestrucción.
El pensamiento necesita de las interrogaciones
para existir y no hay interrogación si no hay una verdad, pero también una
mentira. Desde el comienzo de los tiempos la filosofía se ha encontrado con un
problema al que, hasta hoy en día, nadie ha conseguido contestar con serenidad
y firmeza, ¿Tenemos derecho a mentir? A lo largo de la historia muchos han sido
los filósofos qua han dado a saber su pensamiento sobre esto, pero debido a la
falta de razones y evidentes contradicciones entre unos y otro, hoy en día no encontramos una
respuesta clara y contundente ya que, como podemos observar en las disputas
entre Kant, que defendía la verdad en todos los casos Y Benjamín Constant, que
apoyaba la mentira cuando era necesaria para no producir dolor, toda buena
teoría de uno era inmediatamente contrarrestada por el otro, produciendo
que sus ideas se anularan a
la par. Nosotros rechazamos las ideas Constantinianas y nos apoyamos
principalmente en Kant para defender que “el
deber a la veracidad (…) se trata de un deber absoluto válido en cualquier
circunstancia”, sin ninguna excepción, manteniendo siempre
intacta la dignidad de la persona.
En primer lugar, el mayor ataque que puede serle
hecho al deber del hombre
hacia sí mismo es lo contrario de la veracidad: la mentira. Como nos
muestra Kant mediante esta cita, la mentira no solo nos convertirá en objetos
de desprecio ante los ojos de los demás, sino que lo seremos ante nuestros
propios ojos, el único efecto de la mentira será que nuestro honor, nuestra
dignidad se vean reducidas al límite. Bien es cierto que en algunos casos la
mentira conseguirá aumentar nuestra situación de placer, pero, al ser
descubierta ésta solo causará dolor al mentiroso y rencor y odio a los afectados.
Imaginemos una pareja de jóvenes un par de siglos atrás, estos serán casados
por obligación en breve, el hombre es muy rico, posee innumerables tierras y es
codiciado por todas las doncellas de la zona, la mujer perdió la virginidad
muchos años atrás, pero esta, sabiendo que en esta época en la que vivía no
llegar al matrimonia virgen suponía una deshonra para ella y para toda su
familia, y por miedo a
perder todo lo que podría ganar con él, esconde su secreto. La primera noche
después de la boda, el descubre su secreto, y es devuelta a su casa, donde es
maltratada por sus padres y produce que, a ojos de todos los vecinos, sean una
familia despreciable. La mujer no volvió a salir de casa y hasta el día de su
muerte lamentará no haber evitado todo aquello, contando la verdad desde un
principio. A través de este ejemplo constatamos como la afirmación de Kant es
cierta, porque la mentira solo ha producido dolor y desprecio a los ojos de la
ejecutora y una desconfianza a los ojos de los demás.
En segundo lugar, cada
hombre tiene no solamente el derecho sino incluso el más estricto deber de
enunciar la verdad en las proposiciones que no pueda evitar, aunque se
perjudique a sí mismo o a otros. Con esta cita, Kant nos expresa que siempre
hay que decir la verdad, sin ninguna excepción, porque si no se destruirían lo
que hoy llamamos principios. Además, desde mi punto de vista, estaríamos
faltando al respeto a una persona que tiene todo el derecho del mundo a conocer
realmente lo que desea. Imaginemos a un doctor, que tras numerosas pruebas ha
estimado que tu tiempo de
vida es 3 meses. El doctor, está completamente
obligado a decirme el tiempo con el que mi vida expirará porque, aunque esta
verdad me produzca un gran dolor, tengo el más absoluto derecho a saberlo,
debido a que con la mentira
solo producirá que el final de mi vida esté basado en una completa mentira,
produciendo una falta hacia mi persona y posiblemente que no llegue a realizar
algo que siempre he querido hacer, algo que realmente me hubiera hecho feliz y
que, por culpa de algo tan sencillo pero tan grave como una mentira no he
podido llevar a cabo. Con este ejemplo demuestro que la afirmación de Kant es
correcta y que no debemos decir nunca la mentira porque, aunque parezca la
mejor solución, puede llegar a afectar toda la vida de una persona,
produciéndose una injusticia. Aun así ¿debemos utilizar la mentira para
salvarnos de situaciones complicadas?
Volviéndome a apoyar en
Kant mediante su cita, “Y
bien pronto me convenzo de que, si bien puedo querer la mentira, no puedo
querer, empero, una ley universal de mentir; pues según esta ley, no habría propiamente ninguna promesa,
porque sería vano fingir a otros mi voluntad respecto de mis futuras acciones,
pues no creerían mi fingimiento” pretendo demostrar que no podemos querer
que mentir se convierta en una máxima y que todo el mundo la utilice para
realizar falsas promesas que nunca cumplirá para
conseguir esquivar situaciones delicadas o complicadas convirtiéndote en una
persona poco fiable y deshonrada. Pensemos en un político, cuya máxima ambición
es ganar las elecciones, para ellos tendrá que convencer a todo el mundo de que
su partido es el mejor, aunque tenga que utilizar la mentira. En los meses
anteriores a las elecciones comienzas las primeras declaraciones y a todas las
preguntas referentes al camino del país, si va a haber trabajo, si aumentara
económicamente, si bajarán los impuestos… el responde con firmeza que sí, aun
sabiendo con certeza que ninguna
de estas cosas va a pasar y que el país entrará en crisis poco después de las
elecciones. Debido a sus buenas especulaciones es elegido presidente pero al
poco tiempo, como el predecía, el país entro en crisis dándose a saber que
todas las afirmaciones que él había realizado eran mentira, consiguiendo que su
credibilidad cayera y que, al poco tiempo, en las próximas elecciones, cuando
él vuelva a intentar ganar el poder del país, la población lo ve como un engaño
de nuevo y no es reelegido presidente. Sin
embargo las consecuencias entre decir la verdad y no decirla pueden involucrar
tu vida de lleno, ¿tenemos derecho a mentir para salvar nuestra vida?
Junto a Kant
en su cita, “el hombre está sometido a la
condición de permanecer siempre de acuerdo consigo mismo en la declaración de
sus pensamientos, y está obligado consigo mismo a la veracidad (…)”,
enunciaré que tus pensamientos, tu ideología, tu nacionalismo, tus ideales… son
los que con el paso del tiempo han ido formando tu ethos, y nunca deberemos
renunciar a ellos, aunque esto nos cueste perder la vida, pues prefiero morir
sabiendo que he defendido mi persona y mi honor y sabiendo que se me recordarán
como un ejemplo a seguir, a vivir en un mundo sometido por los demás, en el que
queden ocultadas o permutadas todas aquellas facetas de mi de las que me sentía
orgulloso . Imaginemos a un excombatiente de la 1º guerra mundial que ha dado
todo por su patria. A comienzos la 2º guerra mundial un grupo de enemigos invade por sorpresa su
casa y es capturado. Mientras es apuntado con un fusil le dan la opción de
unirse a ellos, rechazando completamente todo su pasado o morir al instante. El
hombre prefirió morir, ya que es mejor morir siendo tú que vivir siendo como
ellos quieren. Gracias a este ejemplo demuestro la cita de Kant que nos muestra cómo debemos actuar ante
casos en los que decir la verdad o la mentira condiciona tu vida. Kant era un
firme defensor de la verdad, aun así, hubo un caso único en el que vacilo un
poco sobre está, cuando no es tu vida la que está en juego, sino la de otra
persona, como podemos observar en su cita: "En cuanto me vea coaccionado a contestar por la fuerza, sepa que se
hará un uso impropio de mi testimonio y no me quepa escudarme tras el silencio,
la mentira se torna una defensa. El único caso en que se justifica mentir por
necesidad tiene lugar cuando me veo coaccionado a declarar y estoy convencido de que se quiere hacer utilizar impropiamente mi
declaración”. En esta cita, Kant quiso decir, sin mucha fogosidad, que en
este caso se
daría un conflicto entre dos deberes y sólo habríamos de optar por el menos
lesivo. Pero, en mi modesta opinión, a Kant no le interesa resolver ese dilema
moral o cualquier otro, sino tan solo demostrar que un presunto derecho de
mentir no tiene sentido, al margen de la nobleza que puedan acreditar sus
motivaciones.
En conclusión, la mentira nunca se puede utilizar para salir de un
aprieto, porque esto solo producirá a la larga una situación mucho peor, además
no hacer uso de la veracidad solo puede producirle problemas a otras personas
ya que, la realidad puede provocar una injusticia y en
definitiva una falta al respeto de esa persona. También hemos de tener claro
que la mentira no puede ser una máxima y que nunca la utilizaremos debido a que
si no, todos los compromisos y promesas que realicemos se convertirán en objeto
de burla y de desprecio a los ojos de los demás, incluyendo que la una de las
graves consecuencias de esta es la repulsa que nos
produciremos a nosotros mismos. La mentira no debe ser utilizada ni en casos en
las que tu vida está en juego, pero debemos tener constancia de ella cuando la
vida de alguien corre peligro. Termino diciendo que no tenemos derecho a mentir y que
un mundo repleto de verdad sería
un lugar mejor, en el que desaparecería la desconfianza y la enemistad de todos.
Porque… ¿Acaso no fue la mentira el responsable de algunos de los fenómenos más
lamentables de toda la historia como la segunda guerra mundial o sin ir más
lejos, la crisis actual?
Mentir puede ser incluso una
obligación
La relación entre la mentira y la
moralidad siempre han planteado problemas éticos y ha resultado ser un dilema
personal en muchas ocasiones cuando nos hemos visto en una situación en la que
podíamos mentir o no mentir. Desde pequeños hemos sido educados para decir
siempre la verdad y la sociedad nos ha impuesto que la mentira es algo negativo
y la verdad algo positivo, pero según vamos creciendo nos damos cuenta de que
esta afirmación no siempre es correcta pues la experiencia nos hace conocedores
de las consecuencias y nos hace plantearnos ciertos interrogantes, ¿Siempre que
mentimos estamos actuando de manera inmoral? ¿Tenemos derecho a mentir? ¿Es
bueno decir siempre la verdad? Muchos filósofos se plantearon estas cuestiones,
algunos defendieron la verdad de manera radical afirmando que no debemos mentir
nunca, en cambio otros estaban a favor de la mentira en determinadas
situaciones. Después de conocer y reflexionar sobre las teorías de varios
filósofos voy a defender que no toda mentira es inmoral y que tenemos derecho a
mentir, en ocasiones incluso la obligación de hacerlo pues en los tiempos que
corren no podemos afirmar la inmoralidad de la mentira con criterios
universales sino con criterios subjetivos que dependen de la situación en
particular. Es decir, no creo que podamos juzgar el propio hecho de mentir,
sino que debemos valorar el fin y las consecuencias que dicha acción supondría.
Por lo tanto no estoy de acuerdo con
la posición extremista que toman algunos filósofos como Kant y San Agustín que afirman
rotundamente que el deber de no mentir es una ley inviolable y siempre tenemos
que decir la verdad, en cualquier circunstancia. Para mí esta afirmación es muy
estricta y a día de hoy se convierte en una tarea imposible pues considero la mentira algo
indispensable para vivir en sociedad y algo inherente al ser humano.
“Hay
muchas clases de mentiras, pero todas debemos aborrecerlas sin distinción. Pues
no hay ninguna mentira que no sea contraría a la verdad” San Agustín afirma rotundamente que
debemos odias las mentiras sin distinción, lo que quiere decir que no tenemos
que tener en cuenta nada más, pues todo aquel que miente actúa en contra de la
verdad y añade que “Difícilmente podemos encontrar un mal tan grave como la mentira, pues
se trata de un mal tan impío que debemos evitarlo por encima de todo” Con
esta afirmación San Agustín defiende que toda mentira es negativa y no debemos
mentir bajo ninguna circunstancia. Pero, ¿Y si la verdad tuviera un mal mayor
que la mentira como consecuencia? No coincido con esta afirmación porque para
decir que una mentira es mala debemos de tener en cuenta el fin de la misma
pues podría darse una situación en la cual la verdad supondría un mal más
grave. No debemos de valorar solo el hecho de que estemos mintiendo, debemos de valorar las circunstancias.
“Si
bien puedo querer la mentira, no puedo querer, empero, una ley universal de
mentir; pues según esta ley, no habría propiamente ninguna promesa, porque
sería vano fingir a otros mi voluntad respecto de mis futuras acciones, pues no
creerían mi fingimiento”. Kant también afirma que toda mentira es inmoral y
que no podemos mentir porque de hacerlo, bajo cualquier circunstancia,
estaríamos queriendo que el hecho de que sea posible mentir fuese una ley
universal. Sostiene que el acto moral tiene
valor en sí mismo, no en sus consecuencias. Afirmaciones a las que yo me
opongo totalmente ya que ante ciertas situaciones la verdad puede ser un mal grave
y al mentir no tenemos por qué querer que la mentira sea una
ley universal, sino que simplemente podamos mentir para evitar un mal mayor,
una injusticia” queriendo que lo que se convierta en una ley universal no sea “mentir”, sino “mentir
para evitar ese mal” Nuestra concepción
del bien y el mal están demasiado
condicionadas por nuestra educación, en ocasiones incluso por nuestra religión
que muestra la mentira como un pecado pero debemos de mirar más allá del propio
hecho de mentir pues puede estar bien o mal dependiendo de la situación, el
motivo y las consecuencias.
Por ejemplo, Para salvar la vida de
nuestro amigo que es inocente tenemos que mentirle al asesino, ¿Diremos ante
esta situación que es inmoral mentir? ¿No es
el deber moral de salvar la vida del amigo más
importante que el que nos impide mentir? Como he explicado anteriormente, Para Kant y San Agustín no hay excepción,
toda mentira es inmoral incluso en situaciones extremas, no importan las
circunstancias. Planteando esta situación pretendo sostener que podemos llegar
a una situación en la que aun cuando mintamos no estaríamos actuando
inmoralmente y es cuando la consecuencia de la mentira es una injusticia.
Coincido con la siguiente afirmación
de Benjamín Constant que sostiene que no todo hombre merece saber la verdad ya
que todo aquel que pretenda causar un daño a otro con la verdad no tiene el
derecho de conocerla, por lo tanto si se debe mentir en determinadas
situaciones: “decir la verdad es un
deber, pero solamente en relación a quien tiene el derecho a la verdad. Ningún
hombre, por tanto, tiene derecho a la verdad que perjudica a otros”. Planteada la situación anterior, ¿Es el
asesino merecedor de conocer la verdad? No pues se estaría cometiendo una
injusticia, pues en ese caso la verdad sería un mal mayor y estaríamos actuando
correctamente al mentir para salvar la vida de nuestro amigo.
Por otro lado, mi opinión sobre la
mentira, más allá de la moralidad es que es algo útil y necesario para vivir en
sociedad. “Si bien es cierto que a menudo les decimos a los niños que no mientan, en
realidad les mostramos cómo mentir de una manera socialmente aceptable,
normalmente por educación o para no ofender a alguien. La mentira social
apropiada no sólo se tolera, es obligada. Los niños que no desarrollan esta
habilidad pagan el alto precio de la desaprobación, el castigo o el ostracismo
social”.
Coincido con David
Livingstone Smith en su afirmación que quiere decir que en algunas veces la buena educación y el
saber estar nos aconsejan que es mejor mentir o incluso nos obligan a hacerlo
ya que aunque nos han enseñado que no debemos mentir, también nos han enseñado
a ser educados y para ello en ocasiones es necesario mentir pues educación y
mentira son palabras que van unidas. Creo que si nadie tuviera la posibilidad de
mentir y todo el mundo dijese siempre aquello que piensa sería imposible
llevarse bien, tendríamos muchísimos problemas.
En conclusión: No se puede decir que
el propio hecho de mentir este mal o bien, debemos de juzgar la situación, el
fin y las circunstancias, podríamos decir “mentir para… está mal” pero no
podemos generalizar y decir que la propia acción de mentir en cualquier circunstancia es algo
malo. Hay mentiras que traen malas consecuencias pero eso no quiere decir que
la verdad siempre traiga buenas consecuencias. Las situaciones en las que
considero que no solo está justificado mentir sino que es un deber, una
obligación es cuando la consecuencia de la verdad es una injusticia pues
mentimos para evitar ese mal mayor. En tal caso, mintiendo estaríamos haciendo
el bien. También pienso que todos por educación deberíamos de mentir en
ocasiones ya que mentira y educación son conceptos inseparables pues mentir es
algo necesario para vivir en sociedad, algo que forma parte de nuestras vidas y
no seríamos capaces de llevarnos bien sin la mentira.
Rocío Aráez.
Si somos, hay verdad.
Hoy por hoy, encontramos la mentira representada de una
forma muy atractiva, como una vía de escape fácil a nuestros problemas o
situaciones complicadas, aceptamos la mentira como una excusa ante algo que
nosotros mismos no queremos admitir y en ciertas ocasiones, me atrevería a
decir, que la llegamos a considerar incluso verosímil. Pero si de algo debemos
estar seguros es de que la mentira jamás podrá sustituir a la verdad en cuanto
a principio racional se refiere y, con ayuda de los filósofos René Descartes e
Immanuel Kant, y a la vez rebatiendo el pensamiento de Friedrich Nietzsche, el
cual ve la verdad como algo que está influenciado por los pensamientos, defenderé la idea equivocada que se tiene a cerca
de esta, como inexistente o forma de pensar inculcada por la sociedad, y algo,
que afirman, en nada referente a nuestra capacidad propia de razonar sobre la
veracidad o realidad de las cosas. Pues bien, para poder llevar a cabo esta
práctica, es propio saber primeramente a qué consideramos verdad.
De modo que, como concepto de verdad aceptamos "la conformidad de lo que se dice con lo que se siente o se
piensa." Es decir, vemos esta
como algo que se ajusta a nuestra percepción de la realidad; como la forma más
sencilla de explicar las cosas tal cual son sin la necesidad de inventar o
añadir nada sobre esto, por lo tanto, podríamos concebirla como una forma objetiva,
aceptada y apoyada por la mayoría de los seres humanos de contar lo más clara y
concisamente posible la semejanza de las cosas. Es más, atendiendo al
significado que se nos da acerca de virtud;
conociendo que esta es por definición una acción virtuosa o un recto modo de
proceder, debería ser cualidad inseparable de la verdad, pues es lo correcto
actuar de un modo recto. Se debe afirmar también que el acto de decir la verdad
depende de la naturaleza de cada persona; de la esencia o propiedad
característica de cada ser que lo hace capaz de discernir el bien del mal y por
tanto que somos seres racionales sabemos que el bien es lo correcto y el mal lo
incorrecto o erróneo. Pero para poder pronunciar una verdad, primero hemos de
conocer si realmente existe dicha verdad o algo certero en su plenitud.
Nietzsche responde a este enigma cuando rechaza la
posibilidad de que exista una auténtica verdad, dice de esta: "¿Qué es entonces la verdad? Una hueste
en movimiento de metáforas, metonimias, antropomorfismos, en resumidas cuentas,
una suma de relaciones humanas que han sido realzadas, extrapoladas y adornadas
poética y retóricamente y que, después de un prolongado uso, un pueblo
considera firmes, canónicas y vinculantes; las verdades son ilusiones de las
que se ha olvidado que lo son."[1] Para él la verdad no es más que una
simple ilusión, esquiva el pensamiento de que algo que no es certero y que da
lugar a dudas pueda existir. Todo va en el pensamiento humano, afirma Nietzsche.
Según lo que nos han impuesto, de eso nos fiamos y todo lo que escapa a nuestro
conocimiento o aquello que es distinto a lo que tenemos concebido como bueno,
lo rechazamos dándolo por erróneo, considerándolo falso; atribuyéndole la
cualidad de mentira. Nietzsche reduce la verdad a un conjunto de normas o
conductas correctas que se crearon para un mejor funcionamiento de la sociedad
y las cuales se han tomado como ciertas y han sido transmitidas de generación
en generación hasta nuestros días. Según él, esta es algo imaginario ya que no
es posible saber qué es verdad, pues como afirma, esta viene influenciada por
nuestra propia forma de pensar; es únicamente la respuesta más acertada a un
estímulo aprendido. Como ejemplo a esto, se podría tomar la situación en la que
un abuelo enseña a su nieto que robar está mal; principio que sus padres le
inculcaron a él primeramente. Según Nietzsche lo único que estaría provocando
el abuelo sería la continuidad de una serie de normas que un día se impusieron
como generales, mas ciertamente el abuelo no podría saber si realmente eso es
correcto o no, ya que nunca se cuestionó lo contrario debido a que, incluso la
sociedad, le obligó a vivir con ese pensamiento, pues el robo es un acto con
castigo. No obstante, si encontrásemos un ápice de realidad y de seguridad de
que existe algo que en su totalidad es verdad, podríamos comprobar que la
verdad es algo certero y que hacemos bien en utilizarla como principio
racional.
Fue René Descartes quien encontró la
primera verdad indudable, tras preferir rechazar en todo momento la existencia
de que algo fuera verdad pues no quería aceptar algo como verdadero hasta que
la duda que envarga todas las cosas desapareciese de lo que es realmente
certero. Es así como: "Pienso, luego
existo"[2], pasó a ser la relidad más acertada para dicho filósofo. Esta
reflexión quiere decir que la capacidad de pensar viene directamente
relacionada con la existencia del ser humano. Para ser capaces de pensar o
razonar hemos de existir, por lo tanto, es nuestra existencia un hecho probado;
somos una prueba de la exactitud de que es correcto hablar de verdad pues
existe; ya que existimos. Esta frase contradice el pensamiento de Friedrich
Nietzsche, pues él mismo, para deducir la inexistencia de la verdad, tuvo que
pensar en ello; por lo tanto existió, y esta verdad es tan firme y segura que
las más extravagantes suposiciones de los escépticos, palabras textuales de Descartes,
no son capaces de conmoverla. Mas este no cesó ahí su búsqueda sobre la
existencia de la verdad, sino que identificó una serie de reglas que le
llevarían a comprobar la veracidad de las cosas sin basarse simplemente en un
planteamiento u observación. De esta manera, afirma: "El primer precepto es no recibir jamás por verdadera
cosa alguna que no la reconociese evidentemente como tal; es decir, evitar
cuidadosamente la precipitación y la prevención y no abarcar en mis juicios
nada más que aquello que se presentara a mi espíritu tan clara y distintamente
que no tuviese ocasión de ponerlo en duda."[2] Supongamos un ejemplo. No podemos decir que la Luna tiene luz
propia simplemente porque la vemos brillar. En ningún caso tomaríamos esa
afirmación como certera aunque fuese la única teoría que poseyéramos, pues ha
sido una idea producida por mí y por lo tanto está sometida a las dudas que yo
mismo he podido crear y es la existencia de tales dudas lo que anula una verdad.
Lo primordial es no dar nada en claro. Por lo tanto podríamos afirmas que si
existe la verdad, es deber racional del ser humano aplicarla. Pero, lejos de
omitir qué supondría la mentira, veamos qué es esta por definición.
Es pues la mentira, según la Real Academia de la lengua Española,
la expresión o manifestación contraria a lo que se sabe, se cree o se piensa. Esta
definición técnica sobre la mentira, es apoyada por Immanuel Kant cuando este
añade que "el hombre está
sometido a la condición de permanecer siempre de acuerdo consigo mismo en la
declaración de sus pensamientos y está obligado consigo mismo a la
veracidad"[3]. Es decir, la mentira va
contra nuestros principios racionales, por lo que la consideramos un engaño a
nosotros mismos. Alguien que se engaña a sí mismo, es posible que acabe
distorsionando su propia realidad, haciéndose creer que la mentira que está
contando es la única verdad existente, y por ende, creando su vida sobre una
mentira, pero nadie desea vivir de esta manera cuyo único fin es la
incertidumbre sobre la verdadera realidad que se está viviendo. Como ejemplo a esto tenemos la
mitomanía. Esta es un trastorno psicológico que consiste en mentir de forma
patológica, falseando la realidad. El mitómano busca cambiar su realidad,
reinventarse alterando aquellos aspectos de sí mismo que no ve aceptables. Es
consciente de que miente y le pone tanto empeño que acaba creyendo sus propias
mentiras provocando así, que la línea que divide la verdadera realidad de la
fantasía que él crea, desaparezca. Mentir se convierte en una parte de su día a
día que no puede evitar y no duda en recurrir a esta con tal de conseguir lo
que quiere. Esta persona, identifiquémosla con un mentiroso, pierde toda credibilidad. Y cito a Nietzsche y Aristóteles
cuando estos, respectivamente, se refieren a un mentiroso de la siguiente
forma. "Lo que me preocupa no es que me hayas mentido, sino
que, de ahora en adelante, ya no podré creer en ti.", "El castigo del embustero es no ser
creído, aun cuando diga la verdad."
Si bien, por propio orgullo, el mentir no es algo que nos
pueda quitar el sueño, sí debe serlo el que nuestra palabra no tenga ningún
valor, por este motivo para Kant hay dos tipos de mentira: la exterior o la
interior. "Por medio de la primera
el mentiroso se convierte en objeto de desprecio a los ojos de los otros; pero
por la mentira interna se convierte en objeto de desprecio a sus propios
ojos."[3] Quizás el mitómano no se vea afectado por la clase de
mentira que le convierte en desprecio a su propio parecer, mas a una persona
que ha sido educada sobre las bases de lo que representa el mentir y es
conocedora de que existe una verdad auténtica, posiblemente sí reconozca el
sentido que se le atribuye a la mentira interior.
[1] Friedrich Nietzsche, Sobre verdad y mentira en
sentido extramoral, Obras Completas, vol. I (Ediciones Prestigio, Buenos Aires,
1970) pp. 543-556.
[2] René Descartes, Discurso del método.
[3] Immanuel Kant, ''Ser sincero es también un deber
hacia uno mismo" tomado del capítulo II de la segunda parte de La
metafísica de las costumbres, Tecnos 2005.
Me dispongo a realizar la siguiente disertación filosófica en la
cual expondré mis argumentos sobre la opinión que poseo acerca del tema de
ésta, "¿Tenemos derecho a mentir?"
Actualmente,
habitamos en un mundo donde la mentira está a la orden del día. Muchas han sido
y son las personas que se refugian en la mentira como método de esconder la
realidad y muchos han sido los filósofos que durante años han razonado sobre
este tema y tanto defensores de la mentira como de la verdad han aportado sus
argumentos, ¿pero quién nos dice qué mentir es bueno?¿Qué consecuencias puede
tener el mentir?¿Podríamos vivir siempre con la mentira? Para darle respuesta a
estas cuestiones, entre otras, nos basaremos en teorías como las de Kant,
rechazaremos cualquier tipo de mentira y apoyaremos la prohibición absoluta de
esta, pues comporta ciertas consecuencias negativas para el ser humano, como la
pérdida de la confianza, la inseguridad en nuestro ser o los remordimientos de
conciencia.
Como
bien dice Kant: “(...)no se limita solo a los hombres, sino llega también a
todos los seres finitos que tengan razón y voluntad(...). La verdad se convierte
en máxima universal para todos, la cual sería correcta y cumplida por todos sin
excepciones de ninguna clase pues si existieran, cada uno obraría de una forma
y esa conducta no serviría como ley universal, abandonándonos así, en un mundo
de injusticias y desconfianzas, donde viviríamos en continuas guerras. Ya que
la base de una convivencia y relación social entre personas es la confianza,
una vez violada esta, la fiabilidad sería mínima, todo estaría bajo sospecha,
el valor de la amistad sería truncado, nadie se fiaría de nadie y todo esto
conllevaría a traiciones continuas y, por tanto, una ausencia de relaciones
personales. Poniendo un ejemplo de lo anterior, una madre le prepara el
bocadillo a su hijo; al día siguiente se entera de rumores que dicen que su
hijo suele arrojar el bocadillo a la basura y, seguidamente, la madre intenta
esclarecer dicha suposición; descubre que es verdad, y al venir a casa,
interroga a su hijo, este dice que sí, que se lo come y ella ha descubierto que
no. Al día siguiente, le pregunta de nuevo y le dice lo mismo que la vez
anterior. Citando a Nietzsche: “(...)Lo que me preocupa no es que me hayas
mentido, sino que, de ahora en adelante, ya no podré creer en ti.” Es que, ¿a
caso es más beneficioso tirar el bocadillo antes que tener la confianza de una
madre? Realmente no lo creo, pero si en un hipotético caso, la madre no llega a
descubrir la mentira...¿lograría su hijo mantener su propia mentira?
Basándonos
en la afirmación que hizo Alexander Pope: “El que dice una mentira no se da
cuenta del trabajo que emprende, pues tiene que inventar otras mil para
sostener la primera.”, podemos decir que, como bien dice el refrán: “se pilla
antes a un mentiroso que a un cojo”, pues la mentira no se puede tener oculta
por mucho tiempo. Ni la persona más inteligente tiene el poder como para no ser
descubierta, porque la mentira se puede fingir en un determinado momento, pero
al paso del tiempo todo lo dicho puede no ser recordado, y solo se puede
confesar lo ocurrido, no es mas que la verdad. El mismo mentiroso tiene que
creerse su propia mentira como para no caer en las redes de la verdad, algo
imposible pasado un cierto tiempo. En nuestra sociedad actual, existe un
complejo organismo de espionaje como es la gente, esto es, estamos vigilados
continuamente por miradas indiscretas. Pues bien, partiendo de esta base, el
pudor a la pérdida de relaciones habitúa a mucha gente a mentir para no ser
descubiertas, ya que si se percatara de lo sucedido el receptor de la mentira,
podría dar lugar a una ruptura de sus relaciones. Pongámonos en situación, son
dos amigas; una de ellas no tiene la intención de salir hoy, ya que ha quedado.
Para dar un argumento válido, se inventa que se encuentra mal. Cometió el error
de creerla, pues decide ir a su casa y...¿cuál es la sorpresa? Su madre dice
que ha salido. Al día siguiente llama a su amiga y le niega que haya salido.
Todo bien, confía en ella hasta que un amigo advierte que la vio paseando.
Claramente que la amistad se acabó. Con esto quiero decir que, por mucho que
ocultes la verdad, al final, siempre habrá alguien que te descubra. Dando por
supuesto todo este argumento, podemos decir que es mejor una verdad que nos
cause dolor, que una mentira que nos cause placer ya que la mentira, al ser
descubierta, nos causaría aún más dolor que el que nos produciría saber una
cosa que nos sentaría mal. Realmente estas situaciones presentadas son las
llamadas “simples” pero, ¿qué hacer si se presentase una situación extrema?
Por
lo que respecta a las situaciones límites, puede ser que emocionalmente no
estemos preparados, pero al fin y al cabo sería justo decir la verdad pues
deberías hacer lo que te agradaría que hiciese todo el mundo, es decir, el
derecho a la verdad. Muchos han sido los filósofos que se oponían a Kant en
este aspecto ayudándose de numerosos ejemplos. Por ejemplo: nos encontramos en
una zona donde hay disturbios continuamente. Unos asesinos quieren matar a
nuestro amigo. La pregunta de muchos es, ¿qué hacer ante una situación así?
Muchos deciden coger el camino de la mentira. Pero pensando
alternativas...¿podemos decir la verdad sin que afecte a nuestro compañero?
Puesto que le tenemos gran aprecio, no queremos que sea asesinado, y se nos
ocurre decir la verdad: está en el cuarto de arriba. Pero se encuentran que ya
no estaba, pues la huída estaba planeada. Es decir, en todo momento hemos dicho
la verdad, que nuestro compañero estaba arriba pero no han conseguido su fin y
hemos logrado que huya con vida. En este caso, los asesinos nos habían utilizado
como medio para conseguir un fin, matar a nuestro compañero, cosa que
rotundamente rechaza Kant.
Tal
como decía Kant en su imperativo categórico: «Obra de
tal modo que trates a la humanidad, tanto en tu persona como en la de cualquier
otro, siempre como un fin y nunca solamente como un medio», esto es, tratarle
sin un interés, sin aprovecharnos de él, no
como alguien útil en un momento dado y que nos desprendemos de él cuando ya no
nos interesa. Sino que has de tratar a las personas de acuerdo a circunstancias,
has de valorarlo, respetarlo, apreciarlo...El trabajo de un empleado hace unas
semanas es menos productivo, pues sufre de dolores en la espalda y hace que
baje su rendimiento. El jefe comprende su situación física y decide no
forzarlo, así estaría utilizando a esta persona como fin. Si al contrario, el
jefe decidiese darle un toque de atención para que aumente su productividad,
aún sabiendo que tiene esos problemas, estaría utilizando a su empleado como
medio. ¿Y si llegase a producirse una lesión? El jefe tendría que asumir su
baja y perdería su apoyo y ayuda, además de eso, tendría remordimientos de
conciencia pues no valoró su esfuerzo anterior y su situación, y por su culpa
había llegado a tener una lesión. Este es un ejemplo más del interés que hay
alrededor nuestro cada día.
Defendiendo una vez más a Kant quien dice: "una declaración
de manera injusta, falsificándola, cometo, por esa falsificación...que las
declaraciones no tengan en general ningún crédito...". Así se
refería Kant a la violación del deber a la verdad el cual, una vez alterado, se
convertiría en una injusticia para la el mundo. Se dice que las declaraciones
no tendrían ningún crédito ya que perderían su total veracidad y fuerza,
quedando relegadas a mentiras. Puesto que la verdad se hace por deber
convendría dar una definición de este: el deber es aquello que hay que cumplir y se ata al orden de lo estrictamente moral, es mas, las acciones hechas por deber se hacen independientemente de
la relación con nuestra felicidad o desdicha, y con independencia de la
felicidad o desdicha de las personas queridas por nosotros, se hacen porque
nuestra conciencia moral nos dicta que deben ser hechas. Actualmente,
son muchos los que birlan este deber y cada vez más. Sumergiéndonos en el tema
político, son muchos los partidos que utilizan alimañas rastreras para
conseguir más votos por parte de la población como últimamente pasa, pues
estamos siendo engañados por campañas políticas basadas en la mentira, cosa
que, provoca manifestaciones, huelgas, disturbios, etc. por parte de los
ciudadanos contra su Gobierno. Baso mi queja sobretodo en el órgano de
Gobierno, el cual podría dar ejemplo de veracidad a la ciudadanía y todo sería
más llevadero para la humanidad.
En conclusión, como hemos podido observar en esta tesis
defendemos que hay que hacer uso de la verdad y de nuestra sinceridad ante
cualquier situación, pues al no hacerlo supondría una falta a la veracidad y de
destrucción de la confianza. No hay excusas ni excepciones, porque no se puede ocultar
indefinidamente algo que es realidad, problamente ningún ser tiene la capacidad
para pensar en todo momento en la mentira que contó y las explicaciones que
dio, las cuales tendrían que recordarse, ni para ahorrar discusiones ni para
beneficiarnos a nosotros mismos. Porque la mentira, nos esconde la realidad,
ejemplo claro de los políticos, que con sus mentiras nos condenan a situaciones
totalmente discutibles y las cuales provocan más daño que si desde un principio
nos lo hubiesen dicho como verdad. Porque además, la utilización como medio de
nuestros seres va en contra de nuestros valores y estaríamos faltando a nuestra
conciencia. Por esto, rotundamente hemos de rechazar la utilización de la
mentira. Así pues, pienso que la idea de verdad y realidad es inseparable ya
que con la ausencia de la verdad, viviríamos en una realidad mentirosa, la cual
nos perjudicaría personal y conjuntamente.
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