domingo, 5 de marzo de 2017

El Corazón y/o la Razón.

El mayor éxito de nuestro centro lo consiguió nuestra brillante alumna Rocío Huertas, bajo el pseudónimo de Elisabeth de Bohemia,  del curso de primero de bachillerato, en la Olimpiada de la Comunidad Autónoma Valenciana, en el debate sobre el Corazón o la Razón. Este fue el trabajo que tuve la satisfacción de orientar y guiar. Muchas gracias Rocío por tu esfuerzo y coraje, y por todo lo que tuve que aprender para ayudarte en el camino que tú querías seguir en el trabajo...

EXISTO, LUEGO PIENSO
Elisabeth de Bohemia
La tradición filosófica clásica comenzando por Platón y terminando por Nietzsche consideró al ser humano como víctima de dos fuerzas irreconciliables y antagónicas: la razón y el corazón. La diferencia entre unos autores y otros es que, mientras unos apuestan por lo que llamamos  razón, pensamiento o entendimiento, los otros lo hacen por el corazón, las emociones o los sentimientos. El caso es que unos y otros, generalmente, consideran al corazón y a la razón bajo una perspectiva de guerra y lucha como explícitamente afirma Pascal. Nosotros rechazamos, siguiendo a Antonio Damasio en su libro, El Error de Descartes,  la tesis dualista de Descartes y afirmamos  que existimos, luego pensamos. Con ello, nos referimos a que sólo porque existe nuestro cuerpo, soporte de las emociones, pensamos. Y más allá de las tesis de Damasio defendemos que emoción y pensamiento son inseparables, se complementan y perfeccionan mutuamente.

En primer lugar, la anatomía humana, desde el punto de vista de la evolución, sostiene que el cerebro humano, al igual que el resto de órganos de nuestro cuerpo, también ha evolucionado. Y así, el tallo cerebral, el hipotálamo, el prosencéfalo basal, la amígdala y la región cerebral cingulada la compartimos con individuos de muchas especies.  Y el papel básico de este sótano de nuestro cerebro es regular los procesos  vitales básicos sin que intervenga la mente o la razón. Pero, además, y esto lo queremos resaltar, estos circuitos innatos intervienen no solo en la regulación corporal básica, sino también en la configuración  de la planta alta del cerebro o neocorteza, y en el despliegue de su actividad. Por tanto, anatómicamente, la neocorteza cerebral es la cúspide evolutiva del cerebro primitivo o animal, y ambos son engranajes de un mismo sistema u organismo que tiene por finalidad la supervivencia en las mejores condiciones.

En segundo lugar, resulta evidente que no serían viables aquellos organismos que, desde su configuración como sistema, implicasen contradicción u oposición interna. Por ejemplo, si un coche es un sistema mecánico cuya finalidad es el movimiento, sería contradictorio que dos ruedas generasen movimiento hacia delante y dos hacia atrás. En el mismo sentido, el organismo humano, en cuanto que sistema configurado hacia la supervivencia, no sería evolutivamente viable si razón y emoción permaneciesen en lucha, contradicción u oposición, pues se bloquearían mutuamente y la supervivencia sería inviable. Esta idea queda reforzada con los argumentos de la fisiología.

Ya Descartes recurrió a la fisiología para relacionar las cinco pasiones del alma con los movimientos  de la sangre y lo que llamaba espíritus. Más recientemente, Javier  Sampedro, en su artículo El amor es química y algo de amistad, se basaba en los experimentos e investigaciones de neurofisiólogos como Helen Fisher de la Universidad de Rutgers en Nueva Jersey, y de Larry Young, de la Universidad de Emory, para afirmar que los tres tipos de amor humano: pasional, romántico y de fidelidad eterna, se producen a consecuencia de un determinado nivel de sustancias químicas y neurotransmisores en el cerebro. Así, el amor pasional vendría determinado por el alto nivel de testosterona en el hombre; el romántico por el alto nivel de dopamina y el de fidelidad eterna por el alto nivel de oxitocina y vasopresina. Pero, la pregunta que nos hacemos aquí es: ¿depende también la actividad del pensamiento de neurotransmisores y sustancias químicas a la hora de razonar?

Como ya hemos argumentado, hoy sabemos que las sustancias químicas del  sótano del cerebro  desencadenan las emociones con sus síntomas corporales. Estas emociones, una vez conscientes se constituyen en sentimientos. Estos sentimientos quedan memorizados para facilitar las tareas de supervivencia. A su vez, estos sentimientos se constituyen  en imágenes. Con estas imágenes trabajamos en la neocorteza para confeccionar imágenes mentales con las cuales elaboramos razonamientos y teorías que nos permitan sobrevivir mejor y ser felices. Y, lo realmente curioso de este nivel ascendente de actividad intelectual, es que es inseparable de  niveles ascendentes en los neurotransmisores que podemos llamar del razonamiento: la serotonina, la norepinefrina y la acetilcolina. Por tanto, también la fisiología muestra que el razonamiento no sólo es la culminación de una cadena fisiológica, sino que sin emoción y sentimiento, no puede haber razonamiento. Hasta tal punto esto es así, que ya ha irrumpido con fuerza en el ámbito de la filosofía una nueva disciplina en la que basaremos nuestro siguiente argumento a favor de la armonía entre emoción y razón: la neuroética.

Las actuales técnicas de exploración cerebral nos permiten fotografiar los circuitos cerebrales que se activan en función de la actividad neuronal.  Esto ha permitido el despliegue de las llamadas neurociencias entre las que encontramos la neuroética. Esta ciencia, en definitiva, pretende explicar la conducta del ser humano sólo a partir de mecanismos del cerebro. Así, Joshua Greene tomó imágenes cerebrales de sujetos a los que se les presentaban diferentes dilemas morales. Estas imágenes mostraban que las zonas del cerebro que se activaban a la hora de tomar la decisión definitiva para resolver el dilema eran las relacionadas con la emoción. En esta perspectiva, el psicólogo Jonathan Haidt en su libro El perro emocional y su cola racional, tras diferentes pruebas realizadas a seres humanos concluyó que toda decisión moral es ante todo una intuición o movimiento emocional que activa, a modo de sombra o efecto remoto, la argumentación racional para justificar dicha emoción. Por tanto, estamos de acuerdo con Greene y Haidt que la emoción actúa como detonante de la razón, pero contra Haidt, negamos que la actividad racional sea un mero apéndice, una sombra o efecto casi inútil de la emoción. Por el contrario, la razón y sus creaciones, a esta altura evolutiva, resulta imprescindible para la subsistencia y la felicidad. ¿Cómo puede ser esto?  Para resolver esta cuestión presentamos un análisis en clave filogenético.  
Según la filogenética la capacidad encefálica del Australopitecus era de unos 520 cm3. Esta capacidad se triplicó en 6 millones de años en su descendiente: el Homo Sapiens. El mecanismo que explica este crecimiento es que el cerebro responde al ambiente y, en ocasiones, lo modifica para sobrevivir, pero, a su vez el ambiente modificado actúa sobre el cerebro, modificándolo a su vez. Así, se alcanzó la capacidad encefálica del Homo Sapiens. Pero, el ambiente ha llegado a tal nivel de sofisticación y artificialidad que el sótano del cerebro o mecanismo automático de las emociones actúa de detonante o interruptor hacia los mecanismos de la parte alta del cerebro o razón, debiendo ésta elegir la opción más conveniente a nivel consciente. Así, por ejemplo, ante un peligro como pueda ser un incendio, tenemos los mismos síntomas emocionales que un animal en peligro, pero, si nos encontramos en un hospital, ambiente artificial, sabemos que la elección, si queremos salvar nuestra vida, ha de ser racional. Esto explica la aparente oposición entre corazón y razón, pues el corazón sería un mecanismo inconsciente y primitivo del sótano del cerebro, y la razón un mecanismo consciente y actual. Y decimos ‘’aparente oposición’’ porque seguimos necesitando vitalmente las emociones, pero también necesitamos satisfacerlas desde el nuevo escenario o ambiente en el que nos encontramos, que es el resultado de las creaciones de la razón. De ahí el imprescindible papel de la razón en la toma de decisiones. Pues actúa de modo similar a la emoción, pero en un escenario artificial, creado por la misma razón.
En conclusión: según el argumento anatómico que defiende la configuración complementaria entre el sótano del cerebro y la parte alta del mismo; fundamentados en que somos un solo organismo vivo con un único fin, la supervivencia y la felicidad; de acuerdo con el mecanicismo fisiológico emocional muy similar al racional; a tenor de los descubrimientos de la neuroética que relaciona nuestras decisiones morales con la actividad en las zonas cerebrales en las que se ubica la emocionalidad; y finalmente, conforme al argumento filogenético que presenta la capacidad craneal del hombre como el resultado de un camino evolutivo exitoso en la supervivencia y la felicidad, afirmamos que existimos, luego nos emocionamos; nos emocionamos, luego pensamos.  Es decir, la razón no sólo completa, culmina y perfecciona al corazón, sino que al elaborar ideas y teorías con vistas a la supervivencia y felicidad necesita también la aprobación del corazón. ¿Acaso, alguna de las grandes teorías o descubrimientos científicos estuvo exento de emoción en la pregunta que lo suscitó o en la formulación que la concluyó? No. Así, nosotros cuando  hemos iniciado esta composición lo hemos hecho desde una emoción que hemos razonado, y ahora esa emoción razonada la recobramos como razón emocionada. En cualquier caso, estamos convencidos de que si al corazón y a la razón, las respetamos en sus funciones respectivas, complementarias, inseparables y de perfeccionamiento mutuo, nos aproximaremos cada vez más a la felicidad.


También es de destacar el trabajo de Eliane, que bajo el psedónimo de Mercedes Eliade, acuidió con el siguiente trabajo y que también es digno de un meritorio reconocimiento:

PIENSO QUE LA RAZÓN PIENSA QUE EL CORAZÓN NO LO HACE
Mercedes  Eliade
¿La  razón puede entender al corazón? Según el sentido que toma la palabra entender en esta pregunta, se puede contestar de diferentes maneras. Si con entender nos referimos a analizar los motivos que llevan al corazón a reaccionar de diferentes maneras, podemos decir que la razón sí que entiende ese lenguaje, basándose en los conocimientos que tiene acerca del cerebro humano. Si consideramos que entender significa aceptar, estar de acuerdo, la razón no aprueba siempre los motivos del corazón. Por tanto, en mi exposición voy a defender por una parte, la cooperación que existe entre el corazón y la razón, basándome en el fin último que persigue cada una de ellas: la supervivencia, y por otra, voy a sostener que a pesar de la cooperación que existe entre ambas facultades, hay una diferencia radical entre ellas definiendo la razón como algo superior y de origen divino que va más allá de lo material y de las felicidades pasajeras, algo que está por encima de las pasiones y los sentimientos.
Mi argumentación comienza recordando la tesis de Pascal al referirse a la relación entre la razón y el corazón: “Guerra intestina entre la razón y las pasiones […] al haber lo uno y lo otro, el hombre no puede sino estar en guerra”. Pienso que su pensamiento es demasiado radical y mi argumento principal para contradecirle es que tanto la razón como el corazón tienen un mismo fin, la supervivencia y la felicidad. No sería viable, desde este punto de vista, un ser vivo cuyo organismo a la hora de decidir sobre su supervivencia quedase bloqueado porque una facultad le ordena una cosa y la otra facultad otra. Por ello, descarto la posición de guerra entre la razón y la pasión.
Pero, además, la neurología define al corazón como una parte instintiva del cerebro que es común a todos los animales, una parte, que se activa mediante estímulos tanto interiores como exteriores al cuerpo liberando unas sustancias que provocan las sensaciones, las emociones, los sentimientos, los actos instintivos. Por otra parte, dice que los seres humanos, a diferencia de los animales, tenemos una corteza cerebral que es un sistema mucho más complejo, que analiza, que estudia, que interroga las cosas, la razón. La parte instintiva busca una satisfacción rápida y momentánea, busca el placer al instante sin pararse a pensar en las consecuencias de sus actos. La razón, en cambio, analiza la situación, piensa en las consecuencias, valora y es capaz de aplazar la recompensa, la felicidad, con tal de que sea más grande y más duradera. Por tanto, desde la neurología, tampoco se puede decir que hay una guerra entre ellas porque al centrarse en el fin, en el objetivo de cada una, nos damos cuenta de que es el mismo: la felicidad y la supervivencia del individuo. ¿Cómo es que entonces percibimos esa oposición entre el corazón y la razón?
La sensación que tenemos de que a veces se opongan estas dos partes es debido a que la parte instintiva, la parte animal que tenemos, reacciona  para la supervivencia de manera mecánica, y este mecanismo, a veces, no concuerda con el contexto actual, con la civilización que se ha creado a partir de la razón a lo largo de la historia. Pensemos en el siguiente ejemplo: vamos a imaginar que estamos en un instituto y se produce un incendio. Instintivamente, saldríamos corriendo, como hacen los animales cuando se produce un incendio en el bosque, con el único fin de salvar nuestra vida. Pero, nuestra razón, que  analiza la situación, se daría cuenta de que estamos en una civilización avanzada, que tiene medidas y sistemas de seguridad que nos darían una mejor solución para escapar de forma ordenada, pensando que si todos se dejaran guiar por el instinto, se provocaría un caos por la aglomeración y no nos salvaríamos. Esta es la causa por la que a veces, la parte instintiva nos dice una cosa y la razón otra, porque la parte instintiva se limita a lo material, a lo animal, a diferencia de la parte racional que está avanzada, que delibera y entiende la sociedad y la civilización que ella misma ha creado. Pero, ¿cuál es el origen de este poder de razonamiento que predomina sobre los instintos y las emociones? ¿Por qué debemos dejarnos guiar por él?
Desde la época clásica griega se creía que el alma era de origen divino, así aparece en la literatura griega con el mito de Eros y Psiqué, el mito de Prometeo. Después, Platón, desde un punto de vista más filosófico, también lo entendió así. Idea que han retomado las religiones como el Cristianismo, el Judaísmo o el Islam, hasta nuestros días. Entre los más brillantes científicos también ha sido compatible el rigor de la ciencia con la fe en Dios y una dimensión divina del hombre. Es el caso de científicos de la talla de Louis Pasteur, fundador de la microbiología, Max Born, por sus investigaciones en el ámbito de la física cuántica, o el mismo Einstein. Por mi parte  también estoy de acuerdo  en que el alma humana y la razón son una huella de la presencia de algo divino en el hombre en base a las siguientes razones.
En primer lugar el cambio radical que hay entre la parte instintiva y la razón no puede haber surgido por la mera inercia de la naturaleza, como una evolución necesitada o impulsada por el medio, sino solo mediante una intervención divina. ¿O es que acaso fue la misma evolución la que exigía la creencia en Dios para sobrevivir mejor en un principio?  En ese caso, ¿por qué ahora se desprecia esa idea de la razón como algo divino?, ¿por la evolución de las ciencias y del hombre? Y si todo se juzga por evolución, ¿no sería razonable que también, un día, por evolución y supervivencia se despreciase también la misma idea de evolución? Con ello quiero decir que un científico evolucionista no necesita menos  fe en los fósiles de la que yo pueda necesitar para argumentar mi defensa de la condición divina de la razón y reivindicar la supremacía de la razón para zanjar cualquier posible conflicto entre el corazón y la razón. Pues si en la razón radica nuestra semejanza a Dios ha de ser definitiva a la hora de zanjar las cuestiones entre el corazón y la razón.
Además, S. Anselmo decía que el hombre al razonar, puede pensar en la perfección, en un ser que tiene todos los adjetivos positivos, sin error, sin defecto, un ser perfecto. Si este ser no existiera, ya no sería un ser perfecto, porque no existiría y por lo tanto la razón no se lo podría imaginar como perfecto. Después, ¿podría un ser finito pensar en algo infinito sin que este algo existiera? Según Descartes no, ya que lo “más”, no se puede explicar a partir de lo “menos”. Por tanto, si no existiera ese “más”, ese ser infinito y perfecto como origen de la razón, la razón no podría pensar en Él como origen o como existencia.
Por otro lado, la libertad que atribuimos a los seres humanos también fundamenta mi postura. En el ámbito de la libertad, en filosofía, existen varias posiciones que los pensadores han tomado a lo largo del tiempo, entre ellas está la posición intermedia o mixta entre el determinismo y el indeterminismo, planteada por filósofos como Zubiri y Aranguren. Esta posición intermedia define al hombre, por una parte, como un cuerpo material que está determinado por unas leyes físicas, fisiológicas y biológicas. Estas características con las que se nace están inscritas en el código genético y no dependen de nuestra libertad. Pero, por otro lado, la posición intermedia entre determinismo e indeterminismo sostiene que desde esa naturaleza que somos hemos de conquistar con nuestras decisiones un carácter, un yo que todavía no somos. Todos nacemos con los mismos órganos, pero nadie nace ni médico, ni abogado, ni fontanero. Esto es, hemos de crear nuestra personalidad. Esta persona se va conformando a lo largo de la vida con las acciones voluntarias que se realizan a partir de la deliberación y del razonamiento. El carácter que tiene un individuo es el que él mismo ha elegido con la razón. Esto también nos indica la importancia, la superioridad de la razón frente a la pasión y el corazón, pues si el corazón, la emoción y el instinto fuesen la clave para tomar las decisiones, seríamos sólo naturaleza como los animales, y ni siquiera se nos podría considerar personas.  Es esta ruptura con lo puramente natural lo que nos obliga a pensar en algo superior a la naturaleza, en algo que está más allá de lo natural.
Así, al igual que nuestro cuerpo, nuestra materia, forma parte de un universo que no conocemos en su totalidad, que es misterioso, pero sabemos que está ahí, así mismo, nuestra alma, nuestra razón, forma parte de algo superior, desconocido  e inexplicable pero que demuestra su gran poder en el mundo existente mediante el control que tiene sobre el complejo funcionamiento que lo mueve, tanto biológica, social,  como moralmente. Este origen superior de la razón es definitivo para demostrar su superioridad frente a su colaborador de menor rango, el corazón.

Como conclusión digo que no existe guerra entre la emoción y la razón; la razón puede entender los motivos del corazón aunque no los comparta; nuestra condición de persona elegida con la razón muestra la superioridad de ésta frente al corazón o emoción; las ideas de infinito y perfección apuntan a un origen divino de la razón; si nos atenemos a la fe, tanta fe exige una postura materialista como una que reivindique el origen divino. Por tanto, defiendo la superioridad de la razón sobre el corazón.

No hay comentarios:

Publicar un comentario