domingo, 18 de noviembre de 2012

Teocracia, epistemocracia y economicocracia



Teocracia, epistemocracia y economicocracia
Torquemada Shön Botín
Los seres humanos, desde que nacemos y hasta que morimos, vivimos un proceso de aprendizaje y de estudio asimilando una gran cantidad de conocimiento. Ahora sí, ¿es este conocimiento igual para todos? ¿Vemos todos  la misma verdad?, ¿es posible el conocimiento objetivo?  Tras reflexionar sobre los textos propuestos para esta olimpiada, he decidido defender la siguiente tesis de Foucault, “en sociedades como las nuestras la «economía política» de la verdad está caracterizada por … estar sometida a una constante incitación económica y política … es producida y transmitida bajo el control no exclusivo pero sí dominante de algunos grandes aparatos políticos o económicos (universidad, ejército, escritura, medios de comunicación)…” A lo largo de mi tesis quiero demostrar que el conocimiento objetivo no existe en ningún caso y que la subjetividad es la que manda. Quiero demostrar que la “realidad” que nosotros vemos es, en la mayoría de los casos, una máscara puesta por aparatos políticos y económicos, la realidad que ellos desean y que detrás de ésta, está la verdadera realidad, la cual es inalcanzable para nosotros.
En primer lugar, hemos de tener en cuenta que a lo largo de la historia la institución que ha poseído el poder ha controlado el conocimiento, la forma en que el mundo ve la verdad, la forma en que se ha juzgado lo verdadero y lo falso, lo justo y lo injusto, lo bueno y lo malo. Un claro ejemplo de esta realidad es el caso de la Iglesia católica en Europa. Así, para la teología escolástica medieval, que monopolizaba la unánime definición del conocimiento colectivo, toda la multiforme realidad resultaba enteramente explicada por el transcendental Dios omnipotente que, al crear la realidad, la justificaba. De ahí su ecuación básica fundada en el Génesis revelado: la verdadera realidad es la divinidad. Esto quiere decir que tan solo aquello que es sagrado, puro, justo y santo es verdadero, y que lo profano, lo corrupto, lo indigno y lo insano es falso. La religión durante toda su dictadura, especialmente hasta el siglo XVIII, ha obligado a la población  a obtener, estudiar, aprender tan solo el conocimiento que ésta ha deseado, es decir, a ver la realidad desde el punto de vista de la Iglesia, que supuestamente enseñaba la verdad sobre un Dios todopoderoso, pero que en realidad todo lo que hacía era inventar mitos y doctrinas para controlar las masas. Así, la religión impuso su modo subjetivo de ver la realidad al pueblo para así controlarlo, pero esta voluntad de dominio y manipulación de la Iglesia tuvo sus adversarios.
En efecto, poco a poco la Iglesia fue perdiendo el monopolio en la definición colectiva de la realidad, puesto que, con la llegada de la modernidad el universo ya no parecía un todo coherente y previsible, centralizado por la imagen de la divinidad proveedora  de certidumbre, sino un desorden caótico y fragmentario, peligrosamente atravesado por fuerzas desconocidas imposibles de dominar. “Fue entonces -tal como demuestra Jean Delumeau en su célebre investigación sobre el gran Miedo en Occidente -el judío, la bruja, el hereje, el diablo, el infierno, la peste-, que hicieron de chivo emisario mediante cuyo cruento sacrificio expiatorio se esperaba alcanzar la purificación social.”[1] Todos recordamos aquellas históricas palabras de Galileo:  Eppur si muove”. Con esta expresión entre los labios acabó Galileo Galilei su discurso ante la Santa Inquisición. Después de ser torturado, condenado a prisión domiciliaria y condenado como hereje, fue  obligado a abjurar, renegando de su teoría heliocéntrica. Así pues, durante el régimen eclesiástico se formó un clima de persecución, genocidio y desorden catastrófico (más 50.000 víctimas entre los siglos XVI y XVIII a manos de la Inquisición) que fraguó una auténtica metamorfosis institucional, alumbrando el nacimiento de la Europa moderna que emergía entre las ruinas del viejo orden medieval.
De esta eclosión de la modernidad emergente nacieron las nuevas instituciones modernas que habían de sustituir a  la Iglesia en su monopolio de la definición de la realidad. Sí,  estoy hablando sobre la Ciencia. A largo plazo, la clerecía perdió todo su poder teocrático y secular, por lo que los científicos terminaron por sustituir completamente a los sacerdotes en su función de proveer al público de conocimiento y certidumbre, ofreciendo una imagen de la realidad aparentemente lo suficientemente fiable, verosímil y segura. Es verdad, la ciencia es un método institucional de obtención de conocimientos que, a diferencia de todos los demás, obtiene resultados prácticos, traduciéndose en tecnologías que permiten programar con certidumbre suficiente la transformación deliberada de la realidad.
Aun así la ciencia tiene un rasgo preocupante y es el siguiente: su mesianismo redentor, que despierta en la opinión pública una fe de carbonero en virtudes “mágicas” de la ciencia. “Si bien alguno de los fundadores del método científico, como Rene Descartes, proclamó la conveniencia del más prudente, la mayoría de la opinión pública confía a ciegas en la ciencia como esperanza de salvación individual y colectiva.”[2]. Así es, la ciencia nos muestra su forma de ver la realidad, de nuevo desde un punto subjetivo, y nosotros tenemos en ella no solo simple fe, sino fe a ciegas, fe religiosa en estado puro, ya que cualquier cosa que diga un científico “está demostrado y es verdadero” y nosotros nos lo creemos, como antes pasaba con la religión. Hemos pasado de estar bajo un régimen teocrático a uno que podríamos llamar “epistemocrático”. De ahí que a los científicos se les confíe plenos poderes para hacer y deshacer a su antojo, sin que tengan que responsabilizarse por sus siempre posibles y cada vez más frecuentes extralimitaciones.
Entre esas extralimitaciones de los aprendices de brujo contemporáneos detengámonos a analizar la que nos tiene hoy a todos ciegos: verdadero es lo que aporta un avance técnico y técnico es aquello que supuestamente nos hace la vida más fácil. La  técnica del motor supuso un gran avance para la ciencia, la posibilidad de recorrer un espacio en menor tiempo fue toda una revolución. Pero han llevado el avance al otro extremo, y en vez de hacernos una vida más fácil, los resultados se han transformado, no en felicidad, sino en pesadillas. Debido a la contaminación y al efecto invernadero producido por el CO2 elaborado en el motor de los vehículos, el planeta Tierra, al igual que un enfermo, sufre a causa de los “hechizos” realizados por estos aprendices de brujo contemporáneos, que ponen a la humanidad en peligro con sus investigaciones.  Pero el caso es que la técnica como mostraré a continuación también está determinada por el poder de determinadas instituciones hacia los científicos o por el afán de fama y no por el interés de conocer las cosas tal y como son.
Uno de los claros ejemplos del poder de las instituciones en la búsqueda de la supuesta verdad es el del el físico Jan Hendrik Schön, quien trabajaba para los prestigiosos Laboratorios Bell en el área de electrónica molecular. Supuestamente había descubierto una forma de difundir corrientes eléctricas intensas en cristales semiconductores orgánicos. Por ello se le candidateó para los premios Nobel. Pero en 2002 este fue despedido, más bien expulsado, de los prestigiosos laboratorios anteriormente mencionados, por haber falsificado 16 artículos científicos publicados entre 2001 y 2002 en las célebres y famosas revistas Science y Nature.  Otro caso es el de otro físico, Victor Ninov, que trabajaba en el Lawrence Berkeley National Laboratory. Él y sus compañeros falsificaron datos que justificaban la creación del átomo más pesado: el elemento número 118, por lo cual también fue despedido. Y el último ejemplo es el de Rusi Taleyarkhan, que trabajaba en los laboratorios  Oak Ridge National Laboratory, y que fue denunciado por falsificar los datos en un artículo publicado en Science donde sostenía haber logrado producir la fusión fría.
Sí, así es, los tres cometieron un fraude. Así que, el conocimiento científico, poco tiene que ver con la ética científica o con los principios metodológicos, pues cuentan más los intereses económicos, la ambición por el poder y la fama. El dinero hace que los científicos pierdan sus principios y el principal, nunca mentirás, con tal de conseguir aquello que todo hombre, por desgracia, añora: El PODER. El dinero capaz de manipularnos a todos, consigue que veamos la realidad, como él quiere y desea, haciendo que nos comportemos a su antojo, dictándonos lo que es verdadero o falso, justo o injusto, bueno o malo, moral o inmoral.
En conclusión, no solo no existe la objetividad sino que nosotros vemos la realidad con la subjetividad de aquellas personas, institución o sociedad que tiene un régimen de poder. Por lo tanto, a lo largo de la historia hemos ido cambiando de régimen: primero el “teocrático”, después el “epistemocrático”, y ahora el “económicocrático, pero en ningún momento llegamos a ver la verdadera realidad, la que se esconde bajo la máscara que la institución poseedora del poder nos muestra.


[1] Gil Calvo E, El Miedo es el mensaje (Ed. Alianza ensayo, 2003, Madrid) Pág. 110.
[2] Gil Calvo E, El Miedo es el mensaje (Ed. Alianza, Madrid, 2003) Pág. 116.

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