Teocracia,
epistemocracia y economicocracia
Torquemada
Shön Botín
Los
seres humanos, desde que nacemos y hasta que morimos, vivimos un proceso de
aprendizaje y de estudio asimilando una gran cantidad de conocimiento. Ahora
sí, ¿es este conocimiento igual para todos? ¿Vemos todos la misma verdad?, ¿es posible el conocimiento
objetivo? Tras reflexionar sobre los
textos propuestos para esta olimpiada, he decidido defender la siguiente tesis
de Foucault, “en sociedades como las
nuestras la «economía política» de la verdad está caracterizada por … estar
sometida a una constante incitación económica y política … es producida y
transmitida bajo el control no exclusivo pero sí dominante de algunos grandes
aparatos políticos o económicos (universidad, ejército, escritura, medios de
comunicación)…” A lo largo de mi
tesis quiero demostrar que el conocimiento objetivo no existe en ningún caso y que la subjetividad es la que manda. Quiero demostrar que
la “realidad” que nosotros vemos es, en la mayoría de los casos, una máscara
puesta por aparatos políticos y económicos, la realidad que ellos desean y que
detrás de ésta, está la verdadera realidad, la cual es inalcanzable para
nosotros.
En primer lugar, hemos de tener en cuenta que a
lo largo de la historia la institución que ha poseído el poder ha controlado el
conocimiento, la forma en que el mundo ve la verdad, la forma en que se ha
juzgado lo verdadero y lo falso, lo justo y lo injusto, lo bueno y lo malo. Un
claro ejemplo de esta realidad es el caso de la Iglesia católica en Europa.
Así, para la teología escolástica medieval, que monopolizaba la unánime
definición del conocimiento colectivo, toda la multiforme realidad resultaba
enteramente explicada por el transcendental Dios omnipotente que, al crear la realidad,
la justificaba. De ahí su ecuación básica fundada en el Génesis revelado: la
verdadera realidad es la divinidad. Esto quiere decir que tan solo aquello
que es sagrado, puro, justo y santo es verdadero, y que lo profano, lo
corrupto, lo indigno y lo insano es falso. La religión durante toda su
dictadura, especialmente hasta el siglo XVIII, ha obligado a la población a obtener, estudiar, aprender tan solo el
conocimiento que ésta ha deseado, es decir, a ver la realidad desde el punto
de vista de la Iglesia,
que supuestamente enseñaba la verdad sobre un Dios todopoderoso, pero que en
realidad todo lo que hacía era inventar mitos y doctrinas para controlar las
masas. Así, la religión impuso su modo subjetivo de ver la realidad al pueblo
para así controlarlo, pero esta voluntad de dominio y manipulación de la Iglesia tuvo sus
adversarios.
En efecto, poco a poco la Iglesia fue perdiendo el
monopolio en la definición colectiva de la realidad, puesto que, con la llegada
de la modernidad el universo ya no parecía un todo coherente y previsible,
centralizado por la imagen de la divinidad proveedora de certidumbre, sino un desorden caótico y
fragmentario, peligrosamente atravesado por fuerzas desconocidas imposibles de
dominar. “Fue entonces -tal como
demuestra Jean Delumeau en su célebre investigación sobre el gran Miedo en
Occidente -el judío, la bruja, el hereje, el diablo, el infierno, la peste-, que
hicieron de chivo emisario mediante cuyo cruento sacrificio expiatorio se
esperaba alcanzar la purificación social.”[1] Todos recordamos aquellas
históricas palabras de Galileo: “Eppur si muove”. Con esta expresión entre
los labios acabó Galileo Galilei su discurso ante la Santa Inquisición.
Después de ser torturado, condenado a prisión domiciliaria y condenado como
hereje, fue obligado a abjurar,
renegando de su teoría heliocéntrica. Así pues, durante el régimen eclesiástico
se formó un clima de persecución, genocidio y desorden catastrófico (más 50.000
víctimas entre los siglos XVI y XVIII a manos de la Inquisición) que
fraguó una auténtica metamorfosis institucional, alumbrando el nacimiento de la Europa moderna que emergía
entre las ruinas del viejo orden medieval.
De esta eclosión de la modernidad emergente
nacieron las nuevas instituciones modernas que habían de sustituir a la
Iglesia en su monopolio de la definición de la realidad.
Sí, estoy hablando sobre la Ciencia. A
largo plazo, la clerecía perdió todo su poder teocrático y secular, por lo que
los científicos terminaron por sustituir completamente a los sacerdotes en su
función de proveer al público de conocimiento y certidumbre, ofreciendo una
imagen de la realidad aparentemente lo suficientemente fiable, verosímil y
segura. Es verdad, la ciencia es un método institucional de obtención de
conocimientos que, a diferencia de todos los demás, obtiene resultados
prácticos, traduciéndose en tecnologías que permiten programar con certidumbre
suficiente la transformación deliberada de la realidad.
Aun así la ciencia tiene un rasgo preocupante y
es el siguiente: su mesianismo redentor, que despierta en la opinión pública
una fe de carbonero en virtudes “mágicas” de la ciencia. “Si bien alguno de los fundadores del método científico, como Rene
Descartes, proclamó la conveniencia del más prudente, la mayoría de la opinión
pública confía a ciegas en la ciencia como esperanza de salvación individual y
colectiva.”[2].
Así es, la ciencia nos muestra su forma de ver la realidad, de nuevo desde un
punto subjetivo, y nosotros tenemos en ella no solo simple fe, sino fe a
ciegas, fe religiosa en estado puro, ya que cualquier cosa que diga un
científico “está demostrado y es verdadero” y nosotros nos lo creemos,
como antes pasaba con la religión. Hemos pasado de estar bajo un régimen
teocrático a uno que podríamos llamar “epistemocrático”.
De ahí que a los científicos se les confíe plenos poderes para hacer y deshacer
a su antojo, sin que tengan que responsabilizarse por sus siempre posibles y
cada vez más frecuentes extralimitaciones.
Entre esas extralimitaciones de los aprendices de
brujo contemporáneos detengámonos a analizar la que nos tiene hoy a todos
ciegos: verdadero es lo que aporta un
avance técnico y técnico es aquello que supuestamente nos hace la vida más fácil.
La técnica del motor supuso un gran
avance para la ciencia, la posibilidad de recorrer un espacio en menor tiempo
fue toda una revolución. Pero han llevado el avance al otro extremo, y en vez
de hacernos una vida más fácil, los resultados se han transformado, no en
felicidad, sino en pesadillas. Debido a la contaminación y al efecto
invernadero producido por el CO2 elaborado en el motor de los
vehículos, el planeta Tierra, al igual que un enfermo, sufre a causa de los
“hechizos” realizados por estos aprendices de brujo contemporáneos, que ponen a
la humanidad en peligro con sus investigaciones. Pero el caso es que la
técnica como mostraré a continuación también está determinada por el poder de
determinadas instituciones hacia los científicos o por el afán de fama y no por
el interés de conocer las cosas tal y como son.
Uno de los claros ejemplos del poder de las
instituciones en la búsqueda de la supuesta verdad es el del el físico Jan
Hendrik Schön, quien trabajaba para los prestigiosos Laboratorios Bell en el
área de electrónica molecular. Supuestamente había descubierto una forma de
difundir corrientes eléctricas intensas en cristales semiconductores orgánicos.
Por ello se le candidateó para los premios Nobel. Pero en 2002 este fue
despedido, más bien expulsado, de los prestigiosos laboratorios anteriormente
mencionados, por haber falsificado 16 artículos científicos publicados entre
2001 y 2002 en las célebres y famosas revistas Science y Nature. Otro caso es el de otro físico, Victor Ninov,
que trabajaba en el Lawrence Berkeley National Laboratory. Él y sus compañeros
falsificaron datos que justificaban la creación del átomo más pesado: el
elemento número 118, por lo cual también fue despedido. Y el último ejemplo es
el de Rusi Taleyarkhan, que trabajaba en los laboratorios Oak Ridge
National Laboratory, y que fue denunciado por
falsificar los datos en un artículo publicado en Science donde sostenía haber logrado producir la fusión fría.
Sí, así es, los tres cometieron un fraude. Así
que, el conocimiento científico, poco tiene que ver con la ética científica o
con los principios metodológicos, pues cuentan más los intereses económicos, la
ambición por el poder y la fama. El dinero hace que los científicos pierdan sus
principios y el principal, nunca mentirás,
con tal de conseguir aquello que todo hombre, por desgracia, añora: El PODER.
El dinero capaz de manipularnos a todos, consigue que veamos la realidad, como él
quiere y desea, haciendo que nos comportemos a su antojo, dictándonos lo que es
verdadero o falso, justo o injusto, bueno o malo, moral o inmoral.
En conclusión,
no solo no existe la objetividad sino que nosotros vemos la realidad con la
subjetividad de aquellas personas, institución o sociedad que tiene un régimen
de poder. Por lo tanto, a lo largo de la historia hemos ido
cambiando de régimen: primero el “teocrático”, después el “epistemocrático”,
y ahora el “económicocrático”,
pero en ningún momento llegamos a ver la verdadera realidad, la que se esconde
bajo la máscara que la institución poseedora del poder nos muestra.
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