ABEJAS
RACIONALES
Melisa Howe Gibbens
“Las
abejas obreras conocen, después de
unas cuantas visitas a flores de distintos colores, cuáles son aquellas que
tienen más probabilidad de contener néctar, a través de un sistema simple capaz
de asociar el color con la recompensa[1].” Damasio denomina
a este dispositivo de conocimiento “marcador
somático básico”. El ser humano al disponer
de un sistema nervioso muchísimo más sofisticado, posee un marcador
somático más evolucionado, pero con el mismo objetivo, conocer la mejor
respuesta para sobrevivir. Por lo tanto, siguiendo el pensamiento de Rousseau,
Vollmer, James y Damasio, conocemos la realidad en tanto que nos resulta útil o
perjudicial para nuestra supervivencia. Pero no sólo eso, precisamente por
nuestro interés en sobrevivir hemos de conocer la realidad tal cual es. Solo de
este modo obtendremos la mayor rentabilidad para nuestra supervivencia y
felicidad. Con el fin de consolidar esta afirmación, analizaremos cómo surge la
capacidad de conocimiento en los seres humanos.
Estiman los expertos que hace tres mil
ochocientos millones de años aparecieron las bacterias, el antepasado de todos
los organismos vivos. Dos mil millones de años después, aparecieron las células
eucariotas, “que se formaron al asociarse
y converger por la vía de la cooperación
entre bacterias que renunciaron a su estatus independiente para formar parte de
este nuevo agregado idóneo[2]”. Los componentes
de esta célula tales como el citoesqueleto, el citoplasma, la membrana celular
y el núcleo realizan funciones respectivamente
equivalentes a la de nuestra
estructura ósea, a la del interior de nuestro cuerpo con todos sus órganos, a
la de nuestra piel y a la de nuestro cerebro. Al igual que la célula eucariota
se formó por agregación de bacterias y
en su núcleo contaba con un dispositivo no-consciente orientado a la
conservación de la homeostasis y la supervivencia, el ser humano como organismo
pluricelular, millones de años después, se formó como agregado de células que se especializaron en
diferentes funciones. No obstante, todas ellas coordinadas por unas células tan
especiales como las neuronas, con el mismo objetivo: mantener la supervivencia
y la homeostasis del agregado celular. ¿Cómo ocurrió y se desarrolló este
hecho?
Por increíble que parezca, todavía
hoy, las amebas, los protozoos y los paramecios
son ejemplos de aquella primitiva forma de vida cuya ventaja evolutiva
es la movilidad, que dirigida por un dispositivo no-consciente le permitía seleccionar el medio idóneo para
la conservación de la homeostasis. Este dispositivo no-consciente de las
células eucariotas cuando se agregan para formar organismos pluricelulares
provocan el surgimiento de un dispositivo no-consciente de conocimiento más sofisticado para la
selección del mejor medio para la supervivencia. En el ser humano la
neurofisiología ya ha probado que la predicción de la “llegada de algo bueno se señala con la secreción de la dopamina y la
oxitocina; en cambio, la inminencia de una amenaza se marcaría con la hormona que
secreta el cortisol o la prolactina. La secretación a su vez optimizaría el
comportamiento necesario para procurar o evitar la concreción del estímulo[3]”. Es decir, un
dispositivo no-consciente busca la homeostasis y supervivencia, pero ésta no se
garantiza si no conocemos objetivamente la realidad tal y como es. Por tanto,
es esta necesidad de sobrevivir la que hace surgir la capacidad racional, con
el fin de garantizar la supervivencia y felicidad. Así, el gran reto de la racionalidad consiste
en que solo si conocemos cómo es la realidad seremos capaces de rentabilizar al
máximo nuestra supervivencia y felicidad. Consideremos el riesgo si no lo
hacemos así.
Viox
era un antiinflamatorio esteroide de los Laboratorios
Merck relacionado con medicamentos tales como el ibuprofeno y el naproxeno,
pero en 2004 fue retirado del mercado al comprobarse mediante un estudio
clínico un incremento en el riesgo de
serios eventos cardiovasculares, como ataques al corazón y derrames cerebrales.
Otros muchos ejemplos en este terreno serían Bextra, Zelnorm, Tysabri, NeutroSpec, la famosa y dramática Talidomida y una larga y triste lista. El ejemplo no puede ser más claro, si no conocemos las
cosas en sí mismas no podemos determinar sus consecuencias en todos los ámbitos,
y sólo si esto ocurre, obtendremos la máxima ventaja para nuestra
supervivencia. Que ésta es una tarea costosa y con muchísimas dificultades no
la convierte en imposible. Lo paradójico radica en que, aunque dispongamos de
ese conocimiento objetivo tan trabajosamente conquistado, hacemos lo contrario
de lo que sabemos que debemos hacer.
Uno de esos hechos es que, por
ejemplo, en nuestra sociedad las autoridades sanitarias han alertado de que la
obesidad se ha convertido en una plaga ya que la padece el 20 % de la
población, mientras que el 60 % sufre
sobrepeso. ¿Por qué sucede esto? Desde los principios de su existencia, el ser
humano ha pasado necesidad alimenticia, configurando esta escasez un mecanismo
biológico que la compensase mediante el almacenamiento de grasas cuando
encuentra abundancia. Sin embargo, a
principios de los años 20, nuestra sociedad protagonizó un asombroso cambio: la
ingente cantidad de comida en los frigoríficos y el supermercado a la vuelta de la esquina sustituyó el ambiente
de escasez habitual por un nuevo ambiente de opulencia al que tuvo acceso la
gran mayoría de la población. La
consecuencia biológica de este cambio fue que los seres humanos comenzamos a
ingerir alimentos llegando a desactivar las sensaciones de saciedad natural por
encima incluso del umbral de unas justas reservas de grasas. Es decir, un
espacio cultural de sobreabundancia no ajustado al mecanismo natural
confeccionado por un ambiente de escasez es un claro desencadenante de la plaga
de obesidad que hoy padecemos los seres humanos en Occidente y que no es
conocida en ninguna especie animal en estado salvaje; al igual que la anorexia,
que es casi el caso contrario. Esto no pone de manifiesto una clara deficiencia
de conocimiento objetivo, sino todo lo contrario, es una prueba de conocimiento
que explica ese hecho insano y que indica el camino para evitarlo y vivir más
sanamente. Ahora bien, lo que sí pone de manifiesto es una de las grandes
dificultades para el conocimiento objetivo. Veamos cuál es esa dificultad.
“La
verdad está producida gracias a múltiples imposiciones. La forma en la que es
enseñada y la determinación de lo que es falso o verdadero se encuentra ligado
a juegos e instituciones de poder”.
Con esta afirmación, Foucault nos está dando la clave para responder la
cuestión de por qué el conocimiento objetivo más urgente para la supervivencia
está pervertido. En efecto, son muchos los países que ratifican que La Declaración de los
Derechos Humanos es una fórmula de la justicia objetiva. Sin embargo, muchos de
esos mismos países no dudan en consentir y causar la injusticia cada vez que
niegan los recursos alimenticios, los fármacos y la educación a una gran parte
de la humanidad que carece de ellos. Es así como tiene lugar lo contrario al
conocimiento objetivo inconsciente de cooperación entre bacterias para
garantizar la supervivencia. Esa perversión del conocimiento provoca la
división del globo entre el mundo obeso y el anoréxico, el primer mundo y el tercer mundo. De esta forma, la verdad
objetiva para la supervivencia y felicidad de toda la especie es conocida y
aceptada, pero sólo a los efectos de ser un mero artificio, engaño o pantalla
tras la cual el poder de determinadas instituciones hace prevalecer sus
intereses, manipula incluso y patrocina una
falsa ciencia al servicio de sus viles intereses. De este artificio,
engaño y bellaquería carecen los animales, y ojalá careciese también nuestra
racionalidad, pues como dice Damasio, “Las
abejas son especies en las que la memoria y el razonamiento se hallan
limitados. Sin embargo, muestran espectaculares ejemplos de cooperación social
que fácilmente harían avergonzar a las Naciones unidas”.
En conclusión, imitemos el
dispositivo de conocimiento no-consciente a nivel racional, eliminemos el egoísmo
de las instituciones poderosas, cooperemos como lo hacían las bacterias o las
abejas, pero hagámoslo ahora desde la racionalidad, conociendo las cosas tal y
como son, garantizando al máximo la supervivencia y felicidad. En
definitiva, seamos abejas racionales.
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