lunes, 5 de diciembre de 2011

EXISTO, LUEGO PIENSO

La tradición filosófica clásica comenzando por Platón y terminando por Nietzsche consideró al ser humano como víctima de dos fuerzas irreconciliables y antagónicas: la razón y el corazón. La diferencia entre unos autores y otros es que, mientras unos apuestan por lo que llamamos  razón, pensamiento o entendimiento, los otros lo hacen por el corazón, las emociones o los sentimientos. El caso es que unos y otros, generalmente, consideran al corazón y a la razón bajo una perspectiva de guerra y lucha como explícitamente afirma Pascal. Nosotros rechazamos, siguiendo a Antonio Damasio en su libro, El Error de Descartes,  la tesis dualista de Descartes y afirmamos  que existimos, luego pensamos. Con ello, nos referimos a que sólo porque existe nuestro cuerpo, soporte de las emociones, pensamos. Y más allá de las tesis de Damasio defendemos que emoción y pensamiento son inseparables, se complementan y perfeccionan mutuamente.

En primer lugar, la anatomía humana, desde el punto de vista de la evolución, sostiene que el cerebro humano, al igual que el resto de órganos de nuestro cuerpo, también ha evolucionado. Y así, el tallo cerebral, el hipotálamo, el prosencéfalo basal, la amígdala y la región cerebral cingulada la compartimos con individuos de muchas especies.  Y el papel básico de este sótano de nuestro cerebro es regular los procesos  vitales básicos sin que intervenga la mente o la razón. Pero, además, y esto lo queremos resaltar, estos circuitos innatos intervienen no solo en la regulación corporal básica, sino también en la configuración  de la planta alta del cerebro o neocorteza, y en el despliegue de su actividad. Por tanto, anatómicamente, la neocorteza cerebral es la cúspide evolutiva del cerebro primitivo o animal, y ambos son engranajes de un mismo sistema u organismo que tiene por finalidad la supervivencia en las mejores condiciones.

En segundo lugar, resulta evidente que no serían viables aquellos organismos que, desde su configuración como sistema, implicasen contradicción u oposición interna. Por ejemplo, si un coche es un sistema mecánico cuya finalidad es el movimiento, sería contradictorio que dos ruedas generasen movimiento hacia delante y dos hacia atrás. En el mismo sentido, el organismo humano, en cuanto que sistema configurado hacia la supervivencia, no sería evolutivamente viable si razón y emoción permaneciesen en lucha, contradicción u oposición, pues se bloquearían mutuamente y la supervivencia sería inviable. Esta idea queda reforzada con los argumentos de la fisiología.

Ya Descartes recurrió a la fisiología para relacionar las cinco pasiones del alma con los movimientos  de la sangre y lo que llamaba espíritus. Más recientemente, Javier  Sampedro, en su artículo El amor es química y algo de amistad, se basaba en los experimentos e investigaciones de neurofisiólogos como Helen Fisher de la Universidad de Rutgers en Nueva Jersey, y de Larry Young, de la Universidad de Emory, para afirmar que los tres tipos de amor humano: pasional, romántico y de fidelidad eterna, se producen a consecuencia de un determinado nivel de sustancias químicas y neurotransmisores en el cerebro. Así, el amor pasional vendría determinado por el alto nivel de testosterona en el hombre; el romántico por el alto nivel de dopamina y el de fidelidad eterna por el alto nivel de oxitocina y vasopresina. Pero, la pregunta que nos hacemos aquí es: ¿depende también la actividad del pensamiento de neurotransmisores y sustancias químicas a la hora de razonar?

Como ya hemos argumentado, hoy sabemos que las sustancias químicas del  sótano del cerebro  desencadenan las emociones con sus síntomas corporales. Estas emociones, una vez conscientes se constituyen en sentimientos. Estos sentimientos quedan memorizados para facilitar las tareas de supervivencia. A su vez, estos sentimientos se constituyen  en imágenes. Con estas imágenes trabajamos en la neocorteza para confeccionar imágenes mentales con las cuales elaboramos razonamientos y teorías que nos permitan sobrevivir mejor y ser felices. Y, lo realmente curioso de este nivel ascendente de actividad intelectual, es que es inseparable de  niveles ascendentes en los neurotransmisores que podemos llamar del razonamiento: la serotonina, la norepinefrina y la acetilcolina. Por tanto, también la fisiología muestra que el razonamiento no sólo es la culminación de una cadena fisiológica, sino que sin emoción y sentimiento, no puede haber razonamiento. Hasta tal punto esto es así, que ya ha irrumpido con fuerza en el ámbito de la filosofía una nueva disciplina en la que basaremos nuestro siguiente argumento a favor de la armonía entre emoción y razón: la neuroética.

Las actuales técnicas de exploración cerebral nos permiten fotografiar los circuitos cerebrales que se activan en función de la actividad neuronal.  Esto ha permitido el despliegue de las llamadas neurociencias entre las que encontramos la neuroética. Esta ciencia, en definitiva, pretende explicar la conducta del ser humano sólo a partir de mecanismos del cerebro. Así, Joshua Greene tomó imágenes cerebrales de sujetos a los que se les presentaban diferentes dilemas morales. Estas imágenes mostraban que las zonas del cerebro que se activaban a la hora de tomar la decisión definitiva para resolver el dilema eran las relacionadas con la emoción. En esta perspectiva, el psicólogo Jonathan Haidt en su libro El perro emocional y su cola racional, tras diferentes pruebas realizadas a seres humanos concluyó que toda decisión moral es ante todo una intuición o movimiento emocional que activa, a modo de sombra o efecto remoto, la argumentación racional para justificar dicha emoción. Por tanto, estamos de acuerdo con Greene y Haidt que la emoción actúa como detonante de la razón, pero contra Haidt, negamos que la actividad racional sea un mero apéndice, una sombra o efecto casi inútil de la emoción. Por el contrario, la razón y sus creaciones, a esta altura evolutiva, resulta imprescindible para la subsistencia y la felicidad. ¿Cómo puede ser esto?  Para resolver esta cuestión presentamos un análisis en clave filogenético.  
Según la filogenética la capacidad encefálica del Australopitecus era de unos 520 cm3. Esta capacidad se triplicó en 6 millones de años en su descendiente: el Homo Sapiens. El mecanismo que explica este crecimiento es que el cerebro responde al ambiente y, en ocasiones, lo modifica para sobrevivir, pero, a su vez el ambiente modificado actúa sobre el cerebro, modificándolo a su vez. Así, se alcanzó la capacidad encefálica del Homo Sapiens. Pero, el ambiente ha llegado a tal nivel de sofisticación y artificialidad que el sótano del cerebro o mecanismo automático de las emociones actúa de detonante o interruptor hacia los mecanismos de la parte alta del cerebro o razón, debiendo ésta elegir la opción más conveniente a nivel consciente. Así, por ejemplo, ante un peligro como pueda ser un incendio, tenemos los mismos síntomas emocionales que un animal en peligro, pero, si nos encontramos en un hospital, ambiente artificial, sabemos que la elección, si queremos salvar nuestra vida, ha de ser racional. Esto explica la aparente oposición entre corazón y razón, pues el corazón sería un mecanismo inconsciente y primitivo del sótano del cerebro, y la razón un mecanismo consciente y actual. Y decimos ‘’aparente oposición’’ porque seguimos necesitando vitalmente las emociones, pero también necesitamos satisfacerlas desde el nuevo escenario o ambiente en el que nos encontramos, que es el resultado de las creaciones de la razón. De ahí el imprescindible papel de la razón en la toma de decisiones. Pues actúa de modo similar a la emoción, pero en un escenario artificial, creado por la misma razón.
En conclusión: según el argumento anatómico que defiende la configuración complementaria entre el sótano del cerebro y la parte alta del mismo; fundamentados en que somos un solo organismo vivo con un único fin, la supervivencia y la felicidad; de acuerdo con el mecanicismo fisiológico emocional muy similar al racional; a tenor de los descubrimientos de la neuroética que relaciona nuestras decisiones morales con la actividad en las zonas cerebrales en las que se ubica la emocionalidad; y finalmente, conforme al argumento filogenético que presenta la capacidad craneal del hombre como el resultado de un camino evolutivo exitoso en la supervivencia y la felicidad, afirmamos que existimos, luego nos emocionamos; nos emocionamos, luego pensamos.  Es decir, la razón no sólo completa, culmina y perfecciona al corazón, sino que al elaborar ideas y teorías con vistas a la supervivencia y felicidad necesita también la aprobación del corazón. ¿Acaso, alguna de las grandes teorías o descubrimientos científicos estuvo exento de emoción en la pregunta que lo suscitó o en la formulación que la concluyó? No. Así, nosotros cuando  hemos iniciado esta composición lo hemos hecho desde una emoción que hemos razonado, y ahora esa emoción razonada la recobramos como razón emocionada. En cualquier caso, estamos convencidos de que si al corazón y a la razón, las respetamos en sus funciones respectivas, complementarias, inseparables y de perfeccionamiento mutuo, nos aproximaremos cada vez más a la felicidad.
 Rocío Huertas, primero de bachillerato, curso 2010-2011

1 comentario:

  1. todo lo escrito anteriormente por usted,querido autor,es tan complicado,tan profundo,tan hermoso.
    en toda su complejidad,muestra un intelecto que solo Dios pudo haber puesto en el hombre,o sea,
    en cada uno de nosotros.
    tal coomprension del pensamiento,de la conciencia ,no es el resultado de una explosion sino de que Dios nos hizo a su imagen y semejanza.
    usted sabe mucho,pero el dia que usted habra su mente a que no somos el resultado fortuito de la casualidad,su conocimiento dejara de ser limitado.

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